Muchos hombres y mujeres, por muy poderosos que hayan sido, han caído rendidos ante la belleza de la majestuosa Alhambra de Granada. Colosal ejemplo de arquitectura, inspiradora para todas las artes, a buen seguro influyó en un músico genial, también granadino, llamado Javier Paxariño, un especialista en instrumentos de viento, ejemplo de evolución y aprendizaje hasta haber encontrado el sonido adecuado a su búsqueda, la de la expresión de su interioridad y comunicación con el mundo. Javier lo intentó con el rock y con el jazz, géneros que siempre han acabado dejándole alguna huella, pero el planteamiento principal de su especial sonoridad está ligado a la música étnica, en gran medida por la instrumentación utilizada en sus discos. "Espacio interior" fue el primer paso en forma de plástico, pero su jazz llegó a pocos oídos en un país no muy acostumbrado a estas sonoridades; con "Pangea" (grabado para el sello de Juan Alberto Arteche, Música Sin Fin) la crítica lo escuchó y valoró como un fenómeno a seguir, y el acicate que supuso hacía esperar mucho de su siguiente trabajo, y todas las espectativas fueron cumplidas con creces en "Temurá", un disco muy distinto al anterior, producido por Suso Saiz (que ya produjo "Espacio interior", aunque no "Pangea", de lo cual se ocupó Arteche) y publicado en 1994 por Nuba Records. Y como la pintura era otra de las pasiones de su autor, al igual que en sus anteriores obras, presentaba una obra de Ana Casal en la portada, ya de inicio mágica y misteriosa.
Si "Pangea" era un viaje alrededor del mundo (en realidad, y según el libreto, a través del continente único y primigenio), "Temurá" estaba enteramente ubicado en nuestro país, concretamente en la corte de Alfonso X, donde convivían tres grandes culturas, cristiana, judía y musulmana. El título se refiere a una de las técnicas usadas por los cabalistas para descifrar textos en clave usando cambios y permutaciones, verdades ocultas, nociones religiosas, secretos de la naturaleza y hechos de historia que pasaban de una generación a otra, algo que Paxariño asocia a su propia música como combinación de instrumentos y culturas. Y es desde las primeras notas cuando formamos parte de su juego, merced a una extraordinaria capacidad para adaptar y transformar la historia y la religiosidad de la época en una música que, literalmente, nos hipnotiza. Las canciones se suceden con asombrosa elegancia en este ambicioso trabajo en el cual Paxariño busca y encuentra el alma de los instrumentos de viento. Es también remarcable el inmenso trabajo percusivo que acompaña a la obra, donde hay que destacar, junto a Pedro Estevan y Rogerio de Souza, al invitado de lujo que supone Glen Vélez, miembro del Paul Winter Consort y amigo de Suso Sáiz (se lo presentó a Javier cuando Glen vino a España de gira con Paul Winter), que se vale de todos estos útiles: Tar, Riq, Bendir, Shakers, Caxixis, Bodhran, Pandero, Brushes, Mizrab, Buzz Sticks y Overtone Singing. Lógicamente, también nos encontramos con fenomenales vientos (Paxariño deslumbra con flauta, flauta baja, clarinete bajo, bansuri, saxo soprano, ney, shakuhachi, ti-tsé, saxello y qasbah), pero el trabajo se nutre también de otros importantes nombres, como los de Eduardo Laguillo, Tino di Geraldo, Dimitri Psonis, Alberto Iglesias, Chano Domínguez y, por supuesto, Suso. Si además se nos regala de súbito en el tema inicial la gravísima voz de Pablo Guerrero, sólo se podría pedir que las composiciones tuvieran un cierto nivel y coherencia, y aquí es donde surge el genio de Paxariño en todo su esplendor. La obra es sencillamente impresionante, la bienvenida nos la da un suave arrullo percusivo al que se superponen delicados vientos hasta que Pablo Guerrero hace su aparición con un texto en latín ("Nos peccata relaxamus et laxatos collocamus in sedibus ethereis / Nos habemus Petri leges ad ligandos omnes reges in manicis ferreis") y comienza un éxtasis étnico-ambiental de unos siete minutos con una increible intensidad y el título de "Conductus mundi" (los conductus eran cantos que los monjes medievales utilizaban en sus desplazamientos): "Está basado en un ritmo procesional y sobre ese ostinato diseñé una melodía modal en un tono que, como en el Bolero de Ravel, va siendo transitada por diferentes instrumentos, primero una flauta baja, después un clarinete bajo, una flauta normal, una viola y un recorder". Si bien sorprende ese comienzo, enseguida llega la perla del disco, "Cortesanos", tema donde un delirio de guitarra española, teclados, vientos (con una rítmica e hipnótica repetición de motivo melódico a mitad de tema) y percusión (grandísimo Glen Vélez en su solo, perfectamente acoplado en la pieza) alcanzan una sobrecogedora conjunción que deja sin palabras. El clarinete que nos recibe en "Preludio y danza" no sólo pregona un cierto minimalismo (un interés por las melodías repetitivas que se deja notar en otras de las canciones) sino que viene acompañado de un atrevido juego de cuerdas (arreglos de Alberto Iglesias, para cuyas bandas sonoras ha aportado Javier sus vientos) al compás de los tambores. Paxariño se desata en melodías claras desnudas en apariencia ("Canto del viento") o envueltas en un manto de cuidada instrumentación ("Rueda de juglar") que nos conducen a un pasado colorido y aromático. En "Suspiro del moro" retorna la interioridad ambiental sin melodía clara que también aparece en "Tierra baja", dejando para el final tres apabullantes creaciones: la señorial "Reyes y reinas", la titulada así mismo "Temurá" (otra de las cumbres del álbum en todos los sentidos, por investigación, composición e interpretación, un tema completísimo con una bellísima melodía al nei y saxello, que hace crecer aún más cualquier admiración por este trabajo y su autor) y "Mater aúrea", colofón de acertada medievalidad (el desafío de "Temurá" era lograr una música de aquel tiempo sin utilizar nada ya compuesto) para un disco facilísimo de escuchar y sorprendentemente evocativo, un grandísimo acierto en la carrera de Javier Paxariño y posiblemente uno de los mejores álbumes de la década en España. Tal cantidad de instrumentos y nombres implicados (amigos en su mayoría) generó una labor de ingeniería en el estudio de grabación, así como numerosas adaptaciones en la ejecución de las piezas, cuando alguno de esos músicos proponía algún cambio o añadido interesante: "Es un disco instrumentalmente ambicioso en el sentido de que las melodías están tocadas por más de un instrumento a la vez y, en muchos casos, dobladas por mí mismo". De esta manera, además, el directo era harto complicado, teniendo que adaptar la gran mayoría de las piezas. Ya lo decía la publicidad de Nuba Records: "En esta obra el instrumento musical vuelve a ser objeto de culto".
Si "Pangea" era un viaje alrededor del mundo (en realidad, y según el libreto, a través del continente único y primigenio), "Temurá" estaba enteramente ubicado en nuestro país, concretamente en la corte de Alfonso X, donde convivían tres grandes culturas, cristiana, judía y musulmana. El título se refiere a una de las técnicas usadas por los cabalistas para descifrar textos en clave usando cambios y permutaciones, verdades ocultas, nociones religiosas, secretos de la naturaleza y hechos de historia que pasaban de una generación a otra, algo que Paxariño asocia a su propia música como combinación de instrumentos y culturas. Y es desde las primeras notas cuando formamos parte de su juego, merced a una extraordinaria capacidad para adaptar y transformar la historia y la religiosidad de la época en una música que, literalmente, nos hipnotiza. Las canciones se suceden con asombrosa elegancia en este ambicioso trabajo en el cual Paxariño busca y encuentra el alma de los instrumentos de viento. Es también remarcable el inmenso trabajo percusivo que acompaña a la obra, donde hay que destacar, junto a Pedro Estevan y Rogerio de Souza, al invitado de lujo que supone Glen Vélez, miembro del Paul Winter Consort y amigo de Suso Sáiz (se lo presentó a Javier cuando Glen vino a España de gira con Paul Winter), que se vale de todos estos útiles: Tar, Riq, Bendir, Shakers, Caxixis, Bodhran, Pandero, Brushes, Mizrab, Buzz Sticks y Overtone Singing. Lógicamente, también nos encontramos con fenomenales vientos (Paxariño deslumbra con flauta, flauta baja, clarinete bajo, bansuri, saxo soprano, ney, shakuhachi, ti-tsé, saxello y qasbah), pero el trabajo se nutre también de otros importantes nombres, como los de Eduardo Laguillo, Tino di Geraldo, Dimitri Psonis, Alberto Iglesias, Chano Domínguez y, por supuesto, Suso. Si además se nos regala de súbito en el tema inicial la gravísima voz de Pablo Guerrero, sólo se podría pedir que las composiciones tuvieran un cierto nivel y coherencia, y aquí es donde surge el genio de Paxariño en todo su esplendor. La obra es sencillamente impresionante, la bienvenida nos la da un suave arrullo percusivo al que se superponen delicados vientos hasta que Pablo Guerrero hace su aparición con un texto en latín ("Nos peccata relaxamus et laxatos collocamus in sedibus ethereis / Nos habemus Petri leges ad ligandos omnes reges in manicis ferreis") y comienza un éxtasis étnico-ambiental de unos siete minutos con una increible intensidad y el título de "Conductus mundi" (los conductus eran cantos que los monjes medievales utilizaban en sus desplazamientos): "Está basado en un ritmo procesional y sobre ese ostinato diseñé una melodía modal en un tono que, como en el Bolero de Ravel, va siendo transitada por diferentes instrumentos, primero una flauta baja, después un clarinete bajo, una flauta normal, una viola y un recorder". Si bien sorprende ese comienzo, enseguida llega la perla del disco, "Cortesanos", tema donde un delirio de guitarra española, teclados, vientos (con una rítmica e hipnótica repetición de motivo melódico a mitad de tema) y percusión (grandísimo Glen Vélez en su solo, perfectamente acoplado en la pieza) alcanzan una sobrecogedora conjunción que deja sin palabras. El clarinete que nos recibe en "Preludio y danza" no sólo pregona un cierto minimalismo (un interés por las melodías repetitivas que se deja notar en otras de las canciones) sino que viene acompañado de un atrevido juego de cuerdas (arreglos de Alberto Iglesias, para cuyas bandas sonoras ha aportado Javier sus vientos) al compás de los tambores. Paxariño se desata en melodías claras desnudas en apariencia ("Canto del viento") o envueltas en un manto de cuidada instrumentación ("Rueda de juglar") que nos conducen a un pasado colorido y aromático. En "Suspiro del moro" retorna la interioridad ambiental sin melodía clara que también aparece en "Tierra baja", dejando para el final tres apabullantes creaciones: la señorial "Reyes y reinas", la titulada así mismo "Temurá" (otra de las cumbres del álbum en todos los sentidos, por investigación, composición e interpretación, un tema completísimo con una bellísima melodía al nei y saxello, que hace crecer aún más cualquier admiración por este trabajo y su autor) y "Mater aúrea", colofón de acertada medievalidad (el desafío de "Temurá" era lograr una música de aquel tiempo sin utilizar nada ya compuesto) para un disco facilísimo de escuchar y sorprendentemente evocativo, un grandísimo acierto en la carrera de Javier Paxariño y posiblemente uno de los mejores álbumes de la década en España. Tal cantidad de instrumentos y nombres implicados (amigos en su mayoría) generó una labor de ingeniería en el estudio de grabación, así como numerosas adaptaciones en la ejecución de las piezas, cuando alguno de esos músicos proponía algún cambio o añadido interesante: "Es un disco instrumentalmente ambicioso en el sentido de que las melodías están tocadas por más de un instrumento a la vez y, en muchos casos, dobladas por mí mismo". De esta manera, además, el directo era harto complicado, teniendo que adaptar la gran mayoría de las piezas. Ya lo decía la publicidad de Nuba Records: "En esta obra el instrumento musical vuelve a ser objeto de culto".
Desde que salió del conservatorio a finales de los 80, Javier Paxariño comenzó a involucrarse en bandas de jazz a la vez que prestaba su destreza con los instrumentos de viento a músicos como Miguel Ríos, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Joan Bibiloni o Víctor Manuel y Ana Belén. Años después, "Temurá" es un disco que estaba esperando a que alguien lo compusiera y grabara. Las musas llegaron hasta Paxariño, para instalar este trabajo como una de las grandes obras de música de raíz hechas en España. Aunque no diera el salto a los Estados Unidos como el "Lezao" de su amigo Tomás San Miguel o "Duende" de José Luis Encinas (sin duda merecía que Narada o cualquier otro sello se hubiera interesado), "Temurá" supuso un pequeño éxito en Europa (en especial en Alemania, distribuído con diferente portada por el sello ACT) sin demasiado gasto en promoción. En este álbum fresco y excitante, Paxariño se muestra como un medium que conecta con los fantasmas de hace ocho siglos, y su inspiración parece encontrarse en un superior plano de existencia, un momento único en su carrera en el que consigue unir en un mismo abrazo a cristianos, judíos y musulmanes. Escuchando este disco que él calificaba como 'oscuro', parecen encontrarse entre sus notas ciertas claves mágicas y místicas, por lo que si la piedra filosofal pudiera hallarse en la música, tal vez habría que empezar buscando entre las notas de esta obra magna.
9 comentarios:
Ya suponía que ibas a comentar este disco porque tienes razón,es sensacional,estoy de acuerdo con todo lo que dices.
Recuerdo cuando Trecet lo radiaba emocionado,que tiempos.
Vaya, tenía pensado comentar alguno suyo un día de estos xDD
Me gusta mucho Paxariño, su música es tan especial, tan atractiva, consigue tantos sonidos maravillosos...
Y ya que mencionas Lezao, pues qué decir, una jodida joyita.
Saludetes.
Pd: Ah, el día 18 veré a Capercaillie en Sevilla. ¡Por fin veré en directo uno de mis grupos favoritos!
Es lógico que os guste Paxariño, discos como "Temurá" sólo hay que empezar a escucharlos para no poder parar. Sí, yo también recuerdo a Trecet radiando "Bengala", del álbum "Pangea", que lo primero que escuché suyo. Ese chaval prometía...
En cuanto a Capercaillie, yo les ví en directo hace mucho, tanto que creo recordar que estaban de gira con "Beautiful wasteland", así que puede que fuera hace 8 o 9 años, aunque igual fue más tarde, no sé. Decir que te gustará es como afirmar que la leche es blanca. Ya contarás.
Trabajo elegante y con arreglos muy cuidados, se nota la mano de Suso Saiz. Cuando ves en directo a Paxariño, notas que además el disco se queda muy corto a lo que es capaz de desarrollar en directo. Recuerdo "Cortesanos", y sobre todo "Suspiro del moro", mucho más desarrollado, arropado por Psonis, Laguillo y Quique Almendros, en el espectáculo "Danzando en el tiempo",en, según sus palabras "una de las cosas más bonitas que he hecho". Hombre tremendamente afable.
Curiosidad: No olvidemos la colaboración de Paxariño, con Kevin Ayers.
Jaime, a veces envidio algunos de tus 'momentos new age inolvidables', pero claro, viviendo en grandes ciudades se pueden conseguir muchas más cosas. No me quejo de Zaragoza en relación a otras, pero se quedan tantas cosas fuera...
En la mala época de Kevin Ayers ni Paxariño, ni Bibiloni, ni Jorge Pardo, ni los amigos de Azul y Negro (todos colaboraron con él en los 80) podían hacer mucho por su música. En el disco en el que colabora Paxarilo hay una infame versión del "Flying start" de nuestro amigo Oldfield, aunque si alguien tenía derecho a hacerla era Kevin.
Excelente disco. Es mágico. Nos transporta a un mundo ficticio pero casi real donde se escuchan los ecos las culturas de "Al- andalus" en un presente incre4íble. Un discos muy bien producido y con músicos ene stado de gracia. .
Disco para no olvidar. Entre los smejores según mi gusto de estos últimos veinte años.
Un saludo.
Este disco me lo regalaron siendo un niño, ¡en formato cassette! Todavía tengo por ahí la cinta, pero estoy pensando en adquirir el CD. Y es que, ahora, bastantes años después, es cuando realmente lo estoy disfrutando.
Sus temas van de lo arcaico a lo contemporáneo, encajando ambos extremos con una delicadeza y un acierto sorprendentes. Hay sintetizadores y arreglos electrónicos realmente oscuros fluyendo por encima de antiquísimos instrumentos de viento y percusión, integrado todo el conjunto de tal forma que no chirría en absoluto, al contrario, los polos opuestos se complementan.
Todo lo que escuchamos en “Temurá” forma parte de un diamante pulido con escrúpulo, muy equiparable a otro trabajo que he visto que se menciona por aquí: “Lezao” de Tomás San Miguel, donde igualmente se combinan sonidos ancestrales con otros contemporáneos, dando lugar a una música oscura, melancólica pero con repentinos brotes festivos, sin que por ello pierda un ápice de credibilidad. Literalmente, música sin fronteras.
Totalmente de acuerdo, Virgen Ciega, yo diría que más que oscuridad se respira historia en este trabajo.
Hará cosa de un año vi a Javier en concierto con Biella Nuei, se nota que han pasado los años pero físicamente, pues en cuanto a calidad a Paxariño le sobra.
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