16.8.09

DEAD CAN DANCE:
"The serpent's egg"

Cuando un grupo, merced a la calidad y grandeza de sus componentes, encuentra el camino para convertir sus discos en auténticos actos litúrgicos, entra inmediatamente en la categoría de mito. Dead Can Dance es efectivamente un grupo mítico, un oasis de frescura en la cultura popular de finales del siglo XX basado en una concepción ancestral y gótica de la música, con una carga poética distinguida y una instrumentación oscura y nada convencional. Más allá de todo lo expuesto, uno de los mayores toque de esa distinción lo brindan las voces de los protagonistas, Lisa Gerrard y Brendan Perry, auténticos sacerdotes de un culto sin igual, cuyo sugerente nombre no sólo es una metáfora de cómo lo antiguo, lo que parece muerto, puede estar vivo e interactuar con lo más actual, sino también un sinónimo de calidad, que se trasladará por igual a las futuras trayectorias de Gerrard y Perry en solitario. Entre tanto, sus andanzas dejaban por el camino joyas como la que aquí tratamos.

"The serpent's egg", publicado por 4AD en 1988, es el cuarto disco de este grupo que en un determinado momento de su discografía campaba entre Australia e Irlanda (en sus comienzos se trasladaron a Londres por lo limitado de Australia y 4AD confió en ellos enmedio del panorama electrónico que se respiraba en la capital británica), y uno de los más valorados de la banda por el complemento perfecto entre las polifonías de Lisa y la sobriedad vocal e instrumental de Brendan, pero sobre todo por encontrar aquí su sonido más característico, de apariencia tribal, con esencias medievales, pero de una extraña modernidad y un intenso encanto hipnótico. El resultado, como proveniente de un rito chamánico, es de una fascinación que nos lleva a conectar con la madre Tierra. La acertadísima portada -fotografía del Amazonas vista desde el cielo, en la que se asemeja a una serpiente o a unas viscosas entrañas- ya advierte esa comparación del planeta con un enorme ser vivo, y nos acerca a otros planteamientos e intereses más vitales que los de las portadas anteriores. Con una instrumentación astutamente austera, Brendan Perry sigue siendo igual de tajante que en el disco anterior, "Within the realm of a dying sun", aunque sin llegar a sus cotas de eficiencia, que sí alcanzará en el colosal "Into the labyrinth", su siguiente trabajo, pero "The serpent's egg" no es ni mucho menos un disco de transición, sino una curva en los planteamientos que iban a llevar al grupo de lleno hacia la world music, en una de las fusiones más interesantes de la escena. Sin ir más lejos, la canción de inicio podría considerarse como uno de los temas cumbre de Dead Can Dance: guiado por el lenguaje inventado que brota de la prodigiosa garganta de Lisa Gerrard, "The host of Seraphim" es un salmo prodigioso, a la par elegante y desgarrador, para el cual no existen las palabras; si todo el disco fuera así nos encontraríamos con una obra única. "The host of Seraphim" fue incluído en la banda sonora de la película documental de 1992 'Baraka' ("con 'Baraka' hubo un matrimonio hermoso, esa poesía encaja con nuestra música"), así como en la inolvidable escena final de la adaptaciónn de la novela de Stephen King "La niebla". No vamos a descubrir a estas alturas las cualidades de la voz de Lisa Gerrard, pero el nivel exhibido aquí es ciertamente impresionante, ella misma continúa en "Orbis de Ignis" con un estilo antiguo, medieval, polifonía sólo con una campana que sobrecoge sin necesidad de más acompañamiento. En "Severance" entra en juego Brendan Perry, con su estilo predicativo que brama sobre una instrumentalidad distinta, original y quejumbrosa. Hay que preguntarse por qué este tema es tan corto, ya que como el propio disco -que ni se acerca a los cuarenta minutos totales- deja con la miel en los labios. "Severance" parece una continuación de sus canciones del anterior trabajo, con un original fondo de teclados chirriantes y vientos que reclaman sin remedio toda la atención, al igual que en sus otras dos composiciones del álbum, la genial conclusión de título "Ullyses", y la también corta pero completísima "In the kingdom of the blind the one-eyed are kings", cuyo salmo intrigante sobre cadencia somnolienta acaba explotando como un Dios enfadado en una orgía de metales; ese clímax logra un momento tremendamente místico, abrumador y gozoso, sin nada que envidiar a una Lisa Gerrard que acapara el protagonismo en lo que resta de álbum: en "The writting on my father's hand" con sus armonías vocales (que son realmente la base del disco), abrazada al folclore y a ese ser humano al que llamamos Tierra, sobre un compás hipnótico del que sobresale su garganta; en "Chant of the paladin" con ecos indígenas, que a pesar de ser muy intensa y de no llegar a los cuatro minutos se hace un poco larga por su ausencia de desarrollo; por último en una sucesión de tres canciones de ritmo in crescendo, comenzando a capella ("Song of Sophia", que parece ser continuación del brutal tema de inicio), uniéndose la voz de Brendan en un cortísimo ritual ("Echolalia") y acabando con un percusivo pero suave clímax en esta especie de misteriosa ceremonia iniciática. Para acabar, Brendan Perry en lo que mejor sabe hacer, en este caso su genial y estimulante "Ullyses".

A pesar de su corta duración, "The serpent's egg" (que coincide en título con una película de Ingmar Bergman) no sólo deja satisfecho al oyente sino que le transporta a un tiempo y espacio sorprendente, y es que la música de Dead Can Dance no sólo es atemporal, sino que tampoco tiene un territorio propio. Su éxito se mueve entre las celebraciones paganas de Lisa Gerrard, llenas de luz y vitalismo, y la oscura decadencia de Brendan Perry, un dúo que tras este trabajo culminaron su romance para concentrarse exclusivamente en su unión artística. Esa es la clave, juntos eran la oscuridad y la luz, los opuestos que se necesitan, el yin y el yang, la fuerza que hace bailar a los muertos. En "The serpent's egg", a finales de los 80 y sólo un año después del impagable "Within the realm of a dying sun", se nota el gran momento de la banda, la música surge por sí misma y se muestra grandiosa y evocativa, explorando mundos sonoros, derribando fronteras musicales, en definitiva, reinventando la world music a su modo.

ANTERIORES CRÍTICAS RELACIONADAS:




6 comentarios:

Pepe dijo...

Acabadas las vacaciones y solucionados (más o menos) los problemas informáticos, aquí estoy de nuevo. Saludos a todos.

Anónimo dijo...

No es por endiosar a los DCD, pero es que los jodidos eran bien buenos.

Anónimo dijo...

Coincido totalmente con tu análisis de este álbum, al que considero una pequeña joya escondida. Me encanta la aparente, pero sólo aparente, sencillez de los temas y la religiosidad (entendida en sentido amplio) de algunos temas (sobrecogedor Host of Seraphim). Si pudiésemos escuchar las canciones de alguna religión perdida de la antigüedad más remota, seguramente sonarían como Dead Can Dance...

toxic dijo...

...que bueno que el Solsticio de Invierno ya esta de regreso, y con este discazo que no tiene un tema malo.

saludos desde turquia, recorriendo capadocia y sonando DCD a todo lo que da en mi zune.

Pepe dijo...

Esa aparente sencillez, invitadodeinvierno, es una gran cualidad de los DCD, parece que lo que hacen lo pueda hacer cualquiera, pero qué pocos se les llegan a parecer.

Ramiro, escuchando a DCD en Turquía y comentando en Solsticio. Bravo. Y yo de vuelta al trabajo, qué envidia.

Warren Keffer dijo...

Una de mis bandas favoritas y uno de mis grupos favoritos. El disco es prodigioso y se puede escuchar mil veces sin que llegue a cansar.