Es difícil encontrarnos actualmente con algún apasionado de la música que no sepa quién es Michael Nyman. Partiendo de una visión muy personal de la orquesta, este londinense nacido en 1944 se ha creado fama y respeto en el panorama musical actual. Nos hallamos ante un músico especial, una personalidad única en las nuevas músicas de finales del siglo XX, su música para películas ha ido adaptándose hasta su inconfundible y elegante estilo propio -más allá del minimalismo que él mismo se encargó de denominar cuando era crítico musical en The Spectator-, pero sus comienzos estuvieron marcados por su amistad con el excéntrico director de cine Peter Greenaway, cuyas películas se encargó de musicalizar Nyman. Y es que aunque en la carrera de Michael Nyman haya un antes y un después de "El piano", su inflexión más importante es Peter Greenaway. En sus películas encontraba la forma de expresión idónea, siendo la relación entre ambos absolutamente simbiótica, el tándem se complementó a la perfección en la búsqueda de nuevas expresiones visuales y auditivas, y en lo referente a lo musical se consiguió un extraordinario dinamismo. Cada pieza está elaborada con un gusto exquisito en torno a un minimalismo melódico de cámara, en absoluto extremo y muy fácil de escuchar y disfrutar. Esos maravillosos trabajos (los más conocidos son "The Draughtsman's Contract", "Drowning by Numbers" y "The Cook, the Thief, his Wife and her Lover") parecen más experimentos del propio Nyman que bandas sonoras, y eso se debe no sólo al genio del compositor sino también a la curiosa forma de trabajo con el cineasta por la cual, en vez de componer sobre la película terminada como es habitual, lo hacía anteriormente al rodaje sobre las ideas que Peter le explicaba, así Nyman no se limitaba a componer para las imágenes del cineasta, sino que ambos trabajaban por separado en completa libertad y se hacía un curioso encaje, a veces algo forzado, en el montaje final. Este ambicioso pianista entró de lleno, como él mismo ansiaba, en el desarrollo emocional del film, y en concreto para "The Draughtsman's Contract" ('El contrato del dibujante' en España, coproducción anglo-holandesa de 1982, que vio publicada su banda sonora en varias ediciones por Charisma, DRG y Virgin Records, y reeditada en 2005 por el sello del propio Nyman, MN Records) encontró base en el compositor barroco inglés Henry Purcell.
Purcell era un consumado musicólogo -como el propio Nyman- además de compositor de éxito, y usaba una técnica que Nyman y Greenaway optaron por utilizar en el 'soundtrack', la del bajo ostinato. Nuestro músico indagó en la biblioteca de música de la Purcell Society y seleccionó una serie de composiciones de Purcell en las que basó su trabajo para el film, ambientado en el siglo XVII. Aunque funciona a la perfección como banda sonora, este trabajo va mucho más allá y presenta una línea estilística -ya explotada en las primeras colaboraciones con Peter Greenaway- digna, en su conjunto, de pasar a la historia de las nuevas músicas, tanto como las de otros minimalistas norteamericanos: "El aspecto americano de mi obra podría verse en la capacidad para combinar la flexibilidad y aperturismo de Cage con la completitud del proceso minimalista. El resultado es totalmente diferente de los componentes, y todo ello combinado con una estructuración europea que determinará la forma de la pieza. Al final nadie puede confundirse con las características de mi estilo, a pesar de los paralelismos que algunos pretendan establecer entre mi música y la de Philip Glass: ello es porque no han escuchado estas músicas con atención. Tenemos cosas en común, como es lógico que suceda entre compositores que trabajan en una misma época, pero creo que hay aspectos que me diferencian de los otros artistas". En concreto nos deleitamos de inicio con la canción más conocida, "Chasing Sheep is Best Left to Shepherds", una atípica obra maestra convertida en uno de los grandes clásicos del minimalismo, un vendaval de energía orquestal con el protagonismo de los saxos, mecidos magistralmente por violines y trombones, que años después fue regrabado con acierto y utilizado en televisión con buen ojo. Sin embargo, el resto de los temas siguen muy de cerca la estrella del primero y todas las loables cualidades que se les pueda otorgar son pocas, elegancia en la composición, maestría en la interpretación, dosis de ritmo frenético donde las cuerdas y los vientos (destacando en los primeros Alexander Balanescu, John Harle en los segundos) juegan con la melodía elongando el clímax durante minutos cambiantes pero difícilmente perceptibles -jugando con un presunto minimalismo fácil de seguir y que puede inducir a la hipnosis-, y también momentos más calmados, aunque nunca atmosféricos. Se disfruta tanto con la profundidad de composiciones como "The Disposition of the Linen" que no apetece que haya fin, y de hecho la propia pieza parece gustarse tanto como para recrearse en el bucle eterno y no buscar el brusco final, una rotundidad presente en el abrupto cambio (y caótico segundo movimiento) de "A Watery Death" o "The Garden is Becoming a Robe Room" en todo su contexto, una pieza audaz cuya sensación final es tan turbadora como la propia esencia del minimalismo de Nyman, directo, profundo y lleno de matices, pero también adaptable a las exigencias de las películas a las que va dirigido. Esa ductilidad orquestal, sumada a un ingenio atroz, le ha acompañado y beneficiado desde entonces y le ha aupado a los primeros puestos de respeto y popularidad, con grandes éxitos -dejando aparte "The Piano", cuyo éxito no le ha cambiado esa humildad que parece acompañarle- como "The Claim" o "Wonderland", ambos films de un Michael Winterbottom que parecía haber tomado el testigo de Peter Greenaway, con el que Nyman dejó de colaborar -y prácticamente de hablarse- tras "Prospero's Books" en 1991. Continuando la escucha del disco, no hay que olvidar la exquisita expresividad de "Queen of the Night", con su exacerbado minimalismo, tan eficaz como el de "An Eye for an Optical Theory" o absorbente como "Bravura in the Face of Grief", que ensalza las virtudes de la banda en una duración amplia pero no excesiva.
Tenía que ser un musicólogo el que utilizara la música de otros grandes compositores -especialmente de Purcell y Mozart en varias de sus obras- para elaborar la suya, tan larga y abrupta que tantos caminos han sido desarrollados en la misma, muchos de ellos propios y auténticos. El secreto del éxito del Nyman de esta época estaba en la fuerza que transmitía, en la gran expresividad de su propuesta minimalista enmascarada en un contexto neoclásico. La diferencia con el resto hacía que el gran público, o el poco que le iba conociendo, necesitara cada vez más de este compositor intenso y original, un auténtico estudioso de la música. Sin embargo no hay que equivocarse catalogando a Nyman únicamente como músico para películas, una especie de 'accidente' al que llegó por su amistad con Greenaway. Lejos de eso, cuenta con numerosas e importantes creaciones de otros cortes, por ejemplo óperas, género del cual el británico está literalmente enamorado. Sus demostraciones de clase se cuentan por decenas, y una de las primeras y más impresionantes es este 'contrato del dibujante' que gracias a melodías tan pegadizas como "Chasing Sheep is Best Left to Shepherds" y a lo fácilmente digerible de su estilo, debería estar instalado en cualquier colección tanto de música contemporánea como de bandas sonoras o por supuesto de música en general.
3 comentarios:
Impresionante disco.
Me encanta sobretodo "An eye for an optical theory".
Grande Nyman.
Un artísta único, sin duda. Hay trabajos que no me entran mucho, pero los que lo hacen, como éste o El piano y otros menores como Gattaca me encantan (por no hablar del delirante Ravenous xD). Gran parte de su obra no la he escuchado, eso sí.
Un saludo.
A mí esta época me encanta, era radiante, atrevido, apasionado. Ahora me sigue pareciendo interesante, aunque controlo menos lo que va haciendo.
Uno de los momentos más delirantes con Nyman lo recuerdo cuando fue invitado a tocar el tema principal de "El piano" al programa "Ay, vida mía", que 'presentaba' en TVE Mari Carmen (la de doña Rogelia). Cuando acabó de tocar salió la susodicha a despedir el programa y con menos luces que un taller de revelado (yo creo que iba piripi) estuvo a punto de darle un beso en la calva a Nyman mientras tocaba (al final fue en la mejilla, pero parecía que se conocían de toda la vida). Impagable.
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