Jón Þór Birgisson es un cantante peculiar. Es ciego del ojo derecho, es abiertamente homosexual, toca la guitarra eléctrica con un arco de violonchelo, y su voz en falsete es un elemento característico de su banda, los ilustres islandeses Sigur Rós. Además, su hermana menor se llama Sigurrós, y de ahí proviene el nombre del grupo, que se puede traducir como 'rosa de victoria'. Su primer disco, "Von", resultaba extraño, confuso, con ambientes inframundanos, y aunque su presencia es insoslayable en la historia de la banda, su autentico primer éxito llegó con su segundo álbum, "Ágaetis byrjun" (traducido como 'Un buen comienzo'), publicado en 1999 por la compañía islandesa Smekkleysa (y reeditado en otras como FatCat Records para el mercado anglosajón, o en el sello de la banda, Krúnk), llegado a considerar por la crítica como uno de los mejores trabajos europeos de ese año, y posiblemente más allá en esos difíciles tiempos de cambio de siglo y de maneras de consumir la música. Definir su estilo es navegar por un mar que lo mismo se encrespa como que se calma, oscilando como el oleaje entre un reconocido post-rock, el minimalismo y lo folclórico.
No es de extrañar la denominación post-rock, porque esta banda no encaja con las fórmulas habituales ni con las denominaciones más normales en la música moderna. Un sonido atrevido y novedoso como éste tenía que provenir de la fértil -musicalmente hablando- Islandia, tierra de búsquedas y hallazgos como pocas. No exento de una cierta extrañeza, es el de Sigur Rós un discurso original y profundo, una producción bien trabajada del británico Ken Thomas, que ya había mezclado años atrás el primer disco de los Sugarcubes, la banda de Bjök. El ambiente general es soñador, atmósferas mágicas, fantasiosas, en las que deslumbran y sorprenden las voces y atrapa los sentidos el concepto islandés tan melancólico de música contemporánea, que se une al folclorismo reinante para resultar un plato de presentación innovadora y sabor delicioso, como si Björk le pusiera letra a los ambientes electrónicos de Jóhann Jóhannsson y todo se adaptara a una manera folk. Lo simple y lo complejo conviven en este trabajo, muchas ideas originales y bien encauzadas, con audaces tratamientos vocales y ritmos que podrían tener cabida, tratados convenientemente (afortunadamente eso no sucede), en listas de éxitos poperos. Poco importa que canten en islandés o en ese lenguaje inventado por ellos llamado Hopelandic, vamos a entender lo mismo, la importancia de este "Ágaetis byrjun" radica en la belleza de unas armonías y ambientes fascinantes. Con una refulgente tristeza, Sigur Rós fusionan pasajes ruidosos con otros límpidos, combinando sensaciones. Por ejemplo en "Svefn-g-englar", con sus notas luminosas y voces deliciosas entre ambientes que en solitario podrían parecer algo disonantes. Esta composición posee un desarrollo magistral, algo minimalista, de esos que si duraran 10 o 20 minutos más seguiríamos escuchando embelesados, y fue el primer sencillo del álbum. En "Starálfur" hay un natural vitalismo, y un fondo fantasioso que nos conduce por un mundo de folk, rock, clásica, incluso jazz, delicioso e inclasificable. "Flugufrelsarinn" es puro post rock, depresivo pero bello. En "Ný batterí" la voz se debate entre una nueva distopia y acaba emergiendo para llenar el tema de personalidad, reforzada por la poderosa entrada de la percusión. Lo que empieza siendo un tema más, acaba convirtiéndose en un clímax absorbente, que se convirtió en el segundo sencillo del trabajo. La instrumentación es adecuada a su mundo de fantasía, así como la búsqueda de soluciones en cada una de las canciones, por ejemplo el trabajadísimo caos sinfónico de la exquisita "Hjartað hamast (Bamm Bamm Bamm)", donde las voces juegan papeles más importantes que en una simple canción, presentando además una base rítmica que permite entrever destellos de trip hop. El envoltorio neoclásico luce también en piezas de enorme capacidad instrumental como "Viðrar vel til loftárása", donde no aparece la voz hasta la mitad de la larga suite, fruto tanto de un atrevimiento sin par como de importantes enseñanzas musicales dignas de elogio. Pero lejos de esconder o encasillar estas propuestas, son aclamadas y lanzadas al mundo con evidente orgullo y éxito. Es esta una gran pieza, larga pero deliciosa y exuberante, con un hermoso pasaje de piano complementado con cuerdas y un aire postminimalista, con la voz como la pieza que faltaba en el puzzle, esa voz que en "Olsen Olsen" presenta intenciones distintas, más cercano a lo folclórico, tratamiento incrementado por la presencia de una flauta y un final animado muy popular. Para ir concluyendo la escucha, "Ágaetis byrjun" es una sencilla canción, sin altibajos, la primera que se grabó y que le dio el título al disco al ver que era un 'buen comienzo', y "Avalon" son como los títulos finales de una buena banda sonora. En esta obra, Jón Þór Birgisson toca la guitarra (con arco) y voces, Georg Hólm el bajo, Ágúst Ævar Gunnarsson la batería, y acertaron plenamente con la incorporación de Kjartan Sveinsson a los teclados. La presentación del disco se produjo el 12 de junio de 1999 en la Opera House de Reykjavík, un concierto que, junto a demos y otras versiones, se puede escuchar en la reedición del álbum por su vigésimo aniversario en 2019.
Con 400.000 copias vendidas en Europa, y surgido -según ellos mismos- de la nada, este álbum sorprendió y encandiló a partes iguales, la banda se expresaba sin tapujos y, posiblemente desde esa inocencia, cocieron un producto fresco y mayúsculo, un álbum recordado cuya llama han intentado mantener viva con el paso de los años y los discos. Su publico es variado (rock, indie, folk, contemporánea), pero no es una banda al uso, pueden sonar anticomerciales en ocasiones, y son capaces de dejar un disco sin titulo. "Ágaetis byrjun", algunas de cuyas composiciones han sido utilizadas en series y películas conocidas (como 'Vanilla sky', donde sonaba "Svenf-g-englar", o "Starálfur" en 'The life aquatic'), es una amena experiencia auditiva y un encuentro obligado del buscador de aventuras musicales fuera de las radiofórmulas pero manteniendo una cierta estructura del mundo del pop-rock.