Para cualquier devoto de la música instrumental, y en general para todo el que admire el sonido de los sintetizadores, el nombre de Himekami debería ser un referente, al menos en una vertiente melódica, de atmósfera agradable y ambientalidad oriental. La música de este grupo nipón es por lo general tan mágica y fantasiosa como las portadas de sus discos, la poesía de su sonido, basado primordialmente en los teclados ("los sintetizadores son el mejor medio que he encontrado para lograr los sonidos más antiguos, más respetuosos con la tradición", decía su fundador), invita a sobrevolar los milenarios paisajes japoneses en que se inspiraba Yoshiaki Hoshi, un músico vitalista y avanzado pero a la vez profundamente enraizado en su tierra y sus inmortales tradiciones. Sus grandes obras de los 80 quedaron de sobra recogidas, reverenciadas incluso, en dos recopilaciones de excepción (en especial para el pobre occidental, desconocedor de este genial artista tan inaccesible en esa época), "Moonwater" y "Snow goddess", además de otra algo inferior pero también interesante, "To i kaze", que fue comercializada en 1995 en España con el desafortunado título de "Lo mejor II", y que incluía ya temas de trabajos que en los comienzos de la década de los 90 se encargó de distribuir en nuestro país Sonifolk/Lyricon, como "Ihatovo hidakami" o el que nos ocupa, "Zipangu" (conocido también aquí como "Cipango"), publicado en Japón -Pony Canyon-, Estados Unidos -por Higher Octave Music con portada diferente, igual de idílica aunque más oscura- y España en el mismo año 1993.
Yoshiaki Hoshi fue en "Zipangu" fiel a ese estilo que había desarrollado con enorme éxito en Japón en los 80. Melódico y ambiental a partes iguales, notas cautivadoras se superponían a percusiones que podían girar de un estilo más electrónico cósmico a otro más acorde con la tradición (colaboró en varias ocasiones con el afamado percusionista Yas-Kaz, nacido en Miyagi, como el propio Yoshiaki). Es en este disco en uno de los que más y mejor se puede respirar esa magia ancestral, ya que Cipango o Zipango es el nombre con el que en Europa se conoció a Japón desde la Edad Media. Las melodías fluyen de manera angelical con generosa gracia oriental, y el paisaje de color pastel así invocado contiene un cariz altamente evocador, no exento en ocasiones de un aura de infantil inocencia, que no desluce en un conjunto preciso y sin duda preciosista. Como tema de inicio, "El viento en vasta circulación" llama poderosamente la atención e incita a seguir escuchando, siendo como la canción de cabecera de un documental con pretensiones, como algunas de las bandas sonoras firmadas por Hoshi. En ese sentido, "Las transparentes olas, siempre tan azules" se limitaría a acompañar imágenes, sin destacar, cometido que sí que consigue "Los luminosos mares del sur", elegante muestra de esencia terrenal con aroma japonés muy tarareable. En general se puede respirar un sencillo amor hacia la tierra en la dulzura de muchas composiciones, como "El Dorado, al este" o "El blanco despertar del cielo", mientras que otras son más activas y atmosféricas, como "Historia de oro y plata", cuya percusión inicial nos introduce en una aventura llena de sorpresas, en la que incluso suenan las cuerdas de Junpei Sakuma (que se encargaba de violín, guitarra y buzuki). "Fosforescencia" es otro de los títulos destacados, una emergente melodía con algo de Debussy -músico cuya esencia siempre acababa apareciendo en la música de Yoshiaki-, un innegable y maravilloso lirismo en un sencillo acabado sin percusión ni efectos. Pero sin lugar a dudas la composición estrella del álbum es la que lo cierra, un majestuoso tema de gozosa intensidad creado para la ceremonia inaugural del Campeonato Mundial de Deportes Alpinos celebrado en febrero de 1993 en Morioka, en la adorada por Hoshi prefectura de Iwate. Como director musical del evento, Yoshiaki y su esposa interpretaron varias composiciones que luego serían incluídas en "Zipangu", entre ellas este espectacular cierre del disco en el cual todo es perfecto, la atmósfera, la percusión, la melodía, en definitiva la intención y la calidad innata de este artesano del sonido que consiguió en este "Tema de Cipango" una de sus grandes piezas. De hecho, en la esperada gira de conciertos que realizó por España en abril de 1993 (junto a los percusionistas Yamaguchi drums), ésta fue la pieza final y broche de oro de los espectáculos.
La de Himekami era una música vital, luminosa, y en comunión con una naturaleza con la que convivía en perfecta armonía. Un fugaz repaso a algunos de los títulos de sus grandes éxitos (dejando aparte los que se acaban de exponer en "Zipangu", también clarificadores) confirma este punto: "Hacia las nieves azules", "Las dunas de Tosa", "La llama de la tierra", "El mito del cisne", "En el ojo del pájaro", "El manto del viento" o "Festival para una brisa de primavera" (traducciones fieles a nuestro idioma, gracias a Lyricon, de títulos nipones) son demostrativos de cuál era la temática mayoritaria en sus trabajos. Posiblemente fueran la tierra, el mar y el aire los que dictaban las melodías a Yoshiaki Hoshi, que desde 2004 descansa en la tierra que tanto amó, siendo su hijo, Yoshiki Hoshi, quien tomó el relevo de Himekami como 'segunda generación' de este grupo irrepetible.
Yoshiaki Hoshi fue en "Zipangu" fiel a ese estilo que había desarrollado con enorme éxito en Japón en los 80. Melódico y ambiental a partes iguales, notas cautivadoras se superponían a percusiones que podían girar de un estilo más electrónico cósmico a otro más acorde con la tradición (colaboró en varias ocasiones con el afamado percusionista Yas-Kaz, nacido en Miyagi, como el propio Yoshiaki). Es en este disco en uno de los que más y mejor se puede respirar esa magia ancestral, ya que Cipango o Zipango es el nombre con el que en Europa se conoció a Japón desde la Edad Media. Las melodías fluyen de manera angelical con generosa gracia oriental, y el paisaje de color pastel así invocado contiene un cariz altamente evocador, no exento en ocasiones de un aura de infantil inocencia, que no desluce en un conjunto preciso y sin duda preciosista. Como tema de inicio, "El viento en vasta circulación" llama poderosamente la atención e incita a seguir escuchando, siendo como la canción de cabecera de un documental con pretensiones, como algunas de las bandas sonoras firmadas por Hoshi. En ese sentido, "Las transparentes olas, siempre tan azules" se limitaría a acompañar imágenes, sin destacar, cometido que sí que consigue "Los luminosos mares del sur", elegante muestra de esencia terrenal con aroma japonés muy tarareable. En general se puede respirar un sencillo amor hacia la tierra en la dulzura de muchas composiciones, como "El Dorado, al este" o "El blanco despertar del cielo", mientras que otras son más activas y atmosféricas, como "Historia de oro y plata", cuya percusión inicial nos introduce en una aventura llena de sorpresas, en la que incluso suenan las cuerdas de Junpei Sakuma (que se encargaba de violín, guitarra y buzuki). "Fosforescencia" es otro de los títulos destacados, una emergente melodía con algo de Debussy -músico cuya esencia siempre acababa apareciendo en la música de Yoshiaki-, un innegable y maravilloso lirismo en un sencillo acabado sin percusión ni efectos. Pero sin lugar a dudas la composición estrella del álbum es la que lo cierra, un majestuoso tema de gozosa intensidad creado para la ceremonia inaugural del Campeonato Mundial de Deportes Alpinos celebrado en febrero de 1993 en Morioka, en la adorada por Hoshi prefectura de Iwate. Como director musical del evento, Yoshiaki y su esposa interpretaron varias composiciones que luego serían incluídas en "Zipangu", entre ellas este espectacular cierre del disco en el cual todo es perfecto, la atmósfera, la percusión, la melodía, en definitiva la intención y la calidad innata de este artesano del sonido que consiguió en este "Tema de Cipango" una de sus grandes piezas. De hecho, en la esperada gira de conciertos que realizó por España en abril de 1993 (junto a los percusionistas Yamaguchi drums), ésta fue la pieza final y broche de oro de los espectáculos.
La de Himekami era una música vital, luminosa, y en comunión con una naturaleza con la que convivía en perfecta armonía. Un fugaz repaso a algunos de los títulos de sus grandes éxitos (dejando aparte los que se acaban de exponer en "Zipangu", también clarificadores) confirma este punto: "Hacia las nieves azules", "Las dunas de Tosa", "La llama de la tierra", "El mito del cisne", "En el ojo del pájaro", "El manto del viento" o "Festival para una brisa de primavera" (traducciones fieles a nuestro idioma, gracias a Lyricon, de títulos nipones) son demostrativos de cuál era la temática mayoritaria en sus trabajos. Posiblemente fueran la tierra, el mar y el aire los que dictaban las melodías a Yoshiaki Hoshi, que desde 2004 descansa en la tierra que tanto amó, siendo su hijo, Yoshiki Hoshi, quien tomó el relevo de Himekami como 'segunda generación' de este grupo irrepetible.
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HIMEKAMI: "Moonwater"
HIMEKAMI: "Snow goddess"
Soy seguidor de Himekami desde los catorce años y aún me sigue maravillando. Lástima que en Spotify solo haya un álbum que, por cierto, ¿es el Aoi Hana? Que con la grafía japonesa no me aclaro y la fecha que indica corresponde al Kaze no Densetsu.
ResponderEliminarYa me fijé que en Spotify no había casi nada de Himekami, es curioso, pasa lo mismo con Loreena McKennitt, por ejemplo. Sin embargo de otros te puedes pegar horas escuchando música como loco.
ResponderEliminarPor cierto, la portada que aparece en Spotify es la de Aoi Hana, la música creo que también, aunque ahora mismo no estoy seguro.
La verdad es que el tema que has puesto al final del artículo me ha recordado en seguida al estilo de sintetizador melódico que practicaba Hans Zimmer en los '80 (véase "Black Rain", por ejemplo).
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