7.6.21

KITARO:
"Mandala"

Se suele afirmar que en Japón el tiempo transcurre de modo distinto que en occidente, y esa cualidad exótica también puede afectar a la manera nipona de hacer música. En la obra del japonés Kitaro se refleja la dualidad de lo eterno y lo que se evapora en un instante, esos 40 o 50 minutos de música que en ocasiones, depende de la disposición del oyente, lo mismo pueden pasar desapercibidos como ser considerados como sones celestiales. Eso sí, él mismo se ha encargado de matizar en alguna ocasión que su música no es oriental u occidental, sino que más bien es universal. Tras sus inconmensurables inicios, el camino de la nueva etapa del músico en los años 90 se asomaba perfectamente al término medio entre los dos extremos del mundo, y hacia sones bien producidos y de sobrada agradabilidad cuyo consumo rápido no deja de evocar el respeto por lo bien hecho, y el agradecimiento por mantener la cara bien alta en la consecución de un sonido único y maravilloso, emblema e icono de la música new age desde finales de los años 70.

Después de muchos años editando sus discos en Canyon Records y unos pocos en Geffen Records, Kitaro cambió de compañía en los 90, convencido por un manager y productor japonés afincado en los Estados Unidos, Eiichi Naito. Publicado en agosto de 1994, "Mandala" fue el primer álbum de estudio de Kitaro para el sello Domo, creado por Naito en norteamérica en 1993, un sello del que Kitaro ha sido insignia durante los años ("desde que comenzamos a trabajar juntos, Domo Records y yo mantenemos una buena relación laboral, porque ambos tenemos el mismo propósito: nuestro futuro espiritual"). Polydor se encargó de la distribución y publicación en algunos países. De intenciones espirituales y relajantes, y utilizados especialmente por el budismo y el hinduismo, los mandalas son dibujos simbólicos (representaciones del espacio sagrado) que presentan una forma circular (mandala significa círculo en sánscrito) inscrita en otra cuadrangular. Kitaro se muestra contundente en la obertura de la obra, de título también "Mandala", cuando unos remolinos sinuosos y efectos de sonido de un misterio cercano al de algunos álbumes de su admirado Klaus Schulze, dan paso a la definitiva entrada en escena de una furiosa guitarra eléctrica más característica del rock sinfónico que de la new age meditativa. Pero Kitaro se ha mostrado siempre contundente en su trabajo, sabiendo llevar a su terreno cualquier influencia, interés y conexión. Por ejemplo, la de "Dance of Sarasvati" con Sudamérica, merced a la aparición de una flauta que suena muy andina, aunque Sarasvati sea la diosa hindú del conocimiento. A pesar de su estilo directo, bien construido y perfectamente audible, hay que afirmar que se antoja un tanto innecesario y fuera de lugar, no es este un tema original, ni vibrante, Kitaro se aleja de sus referentes de manera un tanto peligrosa (el culmen será su disco navideño, "Peace on Earth"), pero al menos está interpretado con respeto y pasión. Antes de ella, "Planet" es, este sí, un espléndido ambiente casual, muy agradable y característico del sintesista de Toyohashi, culminado por un sutil y caprichoso burbujeo. La parte central del disco es también altamente interesante: en ella "Scope" es un nuevo ambiente cósmico, cercano a los de su primera época salvo por la aportación importante, de nuevo, de la guitarra. Aunque no llega a aquellos niveles de emoción, es sugerente y adictivo. Y a continuación, una contundente percusión apoya al ambiente, sinfónico de nuevo, de "Chant from the heart" que de repente se crece con la inclusión de una voraz melodía épica. El interés desciende de nuevo con la calmada "Crystal tears" y "Winds of youth", donde el viaje parece rendir tributo a los indios americanos, por mor de un sonido de flautas y percusión de lluvia muy característicos; solo al final aparece el inconfundible toque oriental. Afortunadamente, para cerrar el álbum Masanori Takahashi (es decir, Kitaro) recurre nuevamente a una melodia con su sello personal, "Kokoro", tema destacado en la promoción de álbum, con un cierto sabor folclórico japonés, y esa guitarra que occidentaliza (de manera un tanto ruidosa pero bien construida, basada en rock o blues) gran parte del trabajo, y que el propio Kitaro sorprende cuando la utiliza pasionalmente en sus directos. Kitaro colaboró en 1992 en el álbum "Scenes" del ex-guitarrista de Megadeth Marty Friedman, y la sonoridad de esas guitarras en canciones como "Valley of eternity" tuvo que convencer al japonés para endurecer un tanto su sonido. A pesar de lo, en ocasiones, artificial de los teclados y la tecnología, Kitaro siempre ha presentado un enorme respeto por las tradiciones y folclore de cualquier rincón de la Tierra: "He viajado por muchos países y colecciono muchos instrumentos musicales tradicionales. Y todavía estoy tratando de tocar y hacer hermosos sonidos de estos instrumentos. Como cada instrumento tiene una profunda influencia cultural en cada país, es un proceso atemporal para mí". En "Mandala", este multiinstrumentista se rodea de percusiones (Jonathan Goldman, Keiko Matsubara, la tabla de Ty Burhoe, los tambores de Yoshi Shimada), guitarras (Angus Clark, John DeFaria), flautas (Nawang Khechog, o la shakuhachi de Seiho Miyazaki) y la biwa (una especie de laúd japonés, interpretado por Ryusuje Seto).

Luminoso y vibrante por naturaleza desde que quiso imitar a su modo la electrónica de su ídolo Klaus Schulze o de bandas como Tangerine Dream, algunas atmósferas de Kitaro dibujan teatros de luz negra, en los que las secuencias repetitivas son explosiones de luz y cada melodía una sobreexposición luminosa que destaca en el oscuro remolino cósmico. Aunque "Mandala" no apabulla, mantiene un intento de codearse con la grandiosidad de su primera época que hay, cuanto menos, que agradecer. Es además un amago de retorno de este músico inconfundible al rock sinfónico de su antiguo grupo, la Far East Family Band, especialmente en su recuperación de la guitarra eléctrica. buscando un mayor acercamiento a occidente que le otorgó en aquella época aún más popularidad y respeto mundial, así como nominaciones y premios. "Mandala", por ejemplo, estuvo nominado al premio Grammy en la categoría new age, que como en las ocasiones anteriores ("The field" y "Dream") y otras muchas posteriores (a excepción del que consiguió con "Thinking of you" en 2001), no ganó, llevándose ese año el galardón Paul Winter con "Prayer for the wild things". 

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