20.2.21

GEORGE WINSTON:
"Restless wind"

Personajes tan admirados como los grandes músicos, esos que además pueden llegar a ser un espejo en el que mirarse, pueden tener en ocasiones conductas o caracteres poco ejemplarizantes. Dejando aparte posibles delitos fiscales (Montserrat Caballé, Shakira), sexuales (muchos han sido denunciados, como David Bowie, Mick Jagger o Elton John, pero el mayor escándalo lo protagonizó Michael Jackson), acusaciones de nazismo (Karajan), episodios de violencia (James Brown, Axl Rose, los hermanos Gallagher), comportamientos racistas (Lou Reed, Miles Davis), misóginos (Ike Turner), homófobos (John Lennon, Bob Marley), accidentes en estado ebrio (Bruce Springsteen, Pete Doherty), problemas con las drogas (Keith Richards, Iggy Pop, Eric Clapton) o patologías como miedo escénico (Anthony Phillips, Adele), depresión (George Michael, Kurt Cobain) o introversión (Mike Oldfield), que pueden llegar a confundirse con mal carácter, hay que reconocer -cuando se habla tanto de ello algo de razón habrá- que muchos personajes musicales tienen simplemente una personalidad difícil o evidente mal humor, incluso llegando a ser definidos en ocasiones como, presumiblemente, malas personas. En ese poco apetecible racimo se encontrarían músicos adorados por muchos como Van Morrison, Bob Dylan, Keith Jarrett, Morrisey, Madonna, Jennifer López y muchas figuras de los últimos tiempos de escaso interés musical como Britney Spears, Justin Bieber o Rihanna. Algunos músicos de renombre clásico como Beethoven o Chopin tampoco se libraron de malas anécdotas con sus alumnos o con su público, así como un pianista genial pero absolutamente excéntrico que ayudó a fortalecer las virtudes instrumentales del sello Windham Hill con sus altas cifras de ventas en las últimas décadas del siglo XX. Su nombre, George Winston, y su pecado según algunos periodistas que intentaron entrevistarle, una actitud indiferente, de evidente dejadez hacia las cuestiones planteadas por los profesionales, con una desgana y pasotismo extremos. 

Evidentemente, conviene saber distinguir las cualidades musicales que nos ofrece cada artista, más allá de su carácter agrio o extravagante, siempre y cuando no se llegue al insulto o la agresión. De Winston siempre se ha sabido que posee una personalidad difícil, su mismo comienzo en Windham Hill llegó precedido de una insistencia cansina para que William Ackerman publicara discos de Bola Sete, luego se dejó querer por su estilo de guitarra hawaiana, y al final Ackerman tuvo que rendirse ante sus virtudes pianísticas y convencerle para explorar una carrera en ese sentido. Anécdotas como esa demuestran su excentricidad, pero su apatía o incluso mal humor vienen dictados por periodistas o por parte de su público. Mientras podamos seguir escuchando sus trabajos, a nosotros no nos debería importar en exceso, y de hecho el pianista no sólo se ha comportado así solamente en ciertas ocasiones, sino que ha demostrado, además, tener virtudes caritativas al solicitar incentivos monetarios para luchar contra causas como el covid-19, o publicando discos benéficos ("Remembrance" para los familiares de los fallecidos el 11-S, "Spring carousel" a favor de la lucha contra el cáncer en el Hospital City of Hope -él mismo tuvo que recuperarse de un trasplante de médula ósea-, o el single "Silent night" para la red nacional de bancos de alimentos). Publicado en 2019 por RCA, "Restless wind" es un trabajo que revela la buena forma de sus manos a los 70 años. En los homenajes a sus músicos favoritos, que Winston se empeña en versionar a conciencia, el pianista se convierte en un folclorista de su realidad sonora, que puede llegar a ser la de buena parte del pueblo americano. James Booker es una de esas musas musicales de George (junto a otros como Fats Waler o Henry Butler, referencias ineludibles en su obra), un reconocido pianista negro de Nueva Orleans (fallecido en 1983) que interpretaba jazz y rhythm and blues con un parche en el ojo izquierdo, que perdió en una pelea (cada vez que le preguntaban al respecto se inventaba una historia distinta). Booker es mencionado como influencia en tres de las composiciones del álbum: "Autumn Wind (Pixie # 11)" se inspira en su canción "Pixie", un tema que ya fue versionado por Winston en su disco "Gulf coast blues & Impressions - A hurricane relief benefit", si bien la pieza, espléndida y amena, viene firmada -avisando de la influencia- por George Winston. La segunda en la que aplica las técnicas ragtime de Booker es "Judge, judge", acreditada realmente a George Brooks, aunque fuera la 'emperatriz del blues', Bessie Smith, la que la hiciera famosa en 1927; también llamada "Send me to the 'Lectric Chair", mantiene muy alto el nivel del comienzo del disco. Para encontrar la tercera pieza influida por Booker hay que llegar al octavo corte, "Muskrat ramble / I feel like i'm fixin' to die rag / Stop the bleeding", un medley compuesto por tres tonadas -no se encuentra excesiva diferenciación entre ellas, realmente-, del trombonista Edward (Kid) Ory la primera, de Joseph Allen 'Country Joe' McDonald (fundador de la banda de rock psicodélico Country Joe and the Fish) la segunda, y del propio Winston la última, en la que se deja llevar en un frenesí rítmico. No hay más composiciones de George Winston en el álbum, que se limita a deslumbrar con su interpretación -que no es poco- haciendo suyas piezas de otros, algo habitual en una discografía que no pierde fuerza por esta circunstancia. El cantante de soul Sam Cook es el siguiente implicado, por medio de su canción "A change is gonna come", una especie de himno por los derechos civiles, avanzadilla social -en los 60, pero tan de actualidad actualmente- que encuentra fácil acomodo a las teclas blanquinegras. No es la única canción desprovista de letra en el disco, de hecho son bastantes los ejemplos: a continuación llega "Summertime" -el clásico de George Gershwin, Ira Gershwin y Dubose Edwin Heyward para la ópera 'Porgy and Bess'-, luego el folclore mexicano con "Cancion mixteca (Immigrant’s lament)" -de José López Alavez-, al final otro clásico country americano, "The wayward wind" -de Stanley Lebowsky y Herb Newman-, y enmedio dos ejemplos de música rock, la canción de Stephen Stills "For what it’s worth" y el retorno al universo del grupo The Doors -un icono para George, al que dedicó todo un disco en 2002, "Night divides the day"- con "The unknown soldier". Cada una en su estilo, desvelan las múltiples facetas del pianista. Dos piezas importantes restan por comentar, en esta ocasión de nuevo de origen instrumental: "The times of Harvey Milk" es una sencilla y relajante reconstrucción de la parte final del tema que Mark Isham -al que Winston había acudido con anterioridad en un par de ocasiones- creó para dicho documental que ganó el Oscar en 1985, y la sonoridad pianística de Winston no desmerece a la marcialidad acompañada de electrónica de Isham en este tema publicado originalmente por Windham Hill en su álbum "Film music", de hecho "The times of Harvey Milk" se convierte en una de las grandes sorpresas de "Restless wind", como también lo es "The good Earth", original del pianista estadounidense Jimmy Wisner, conocido así mismo por el pseudónimo de Kokomo. Así, a comienzos de los 60, tras su hit instrumental "Asia minor" de 1961 (adaptando a Edvard Grieg) publicó entre otros títulos, también como Kokomo, "The good Earth", que Winston simplifica y dulcifica de manera prodigiosa. 

Hubo un tiempo en que cada nueva obra de George Winston era esperada con impaciencia, y se convertía en un nuevo clásico, especialmente cuando las estaciones del año generaron sus grandes plásticos en la compañía Windham Hill. Décadas después se ha perdido parte de esa expectación, pero sus destellos de genialidad continúan en cada trabajo, como este "Restless wind" que se beneficia de un comienzo fabuloso y de una selección de canciones perfectamente arregladas que, como suele ser habitual en el pianista de Montana, suponen todo un viaje por la cultura norteamericana del siglo XX, adaptada al 'piano folk' del extravagante pero también extraordinario teclista, y es que los grandes discos de Winston portan una categórica perfección técnica, pero lo más importante, una enorme capacidad de seguimiento en sus melodías y armonías, completas filigranas de notas tremendamente adictivas, que en el caso de "Restless wind" fueron grabadas en el Studio Trilogy de San Francisco y producidas por George Winston junto a Howard Johnston y Cathy Econom, dos personajes de total confianza, que le acompañan en esta faceta desde décadas atrás. Él se limita a arreglar sus piezas favoritas y a tocarlas ("sólo soy un trabajador de la música", decía), nosotros a disfrutar de discos como éste.








4 comentarios:

  1. Para los interesados, decir que dudé mucho sobre publicar o no ese primer párrafo, ya que no quiero desmitificar a GW, ni meterle en el saco de otros músicos que han sido objetivamente más crápulas, por un lado o por otro. Aun así lo puse, por englobar un poco la cuestión, pero el delito de GW es simplemente (o eso dicen) ser un tío muy cerrado y pasotista cuando no tiene ganas o no le interesa el rumbo de la entrevista.
    Quede clara mi admiración como músico, y que no tengo ninguna prueba personal para tirarle ninguna piedra.

    ResponderEliminar
  2. Creo que queda claro en el texto, Pepe, espero que George Winston no te denuncie por tus palabras (ja,ja).
    En cuanto al disco, aun tengo que escucharlo, a ver si redescubro a este estupendo pianista que me trajo tan buenos momentos en mis tiempos jóvenes.

    ResponderEliminar
  3. Dices que has dudado si incluír ésos comentarios no amables sobre la personalidad de éste hombre. Siempre que puedes, contextualizas la obra de los músicos teniendo en cuenta sus orígenes tanto geográficos como de su personalidad o de sus vivencias para hacernos una idea aumentada de lo que podrían intentar expresar y así comprender mejor lo que escuchamos. Sería ilógico "esconder" en éste caso ésa extraña personalidad, que por otra parte parece muy compatible con el síndrome de "Asperger". O no, vete a saber.

    Me llama mucho la atención que a éstas alturas y en el contexto de su edad y con una salud tan precaria nos deleite con un disco tan "luminoso" y alegre en general, y sobretodo con una interpretación tan vigorosa, que de hecho en ocasiones roza lo burdo o mejor dicho "agreste", no sabemos si intencionadamente o no. Hice el experimento de cotejar alternadamente éste disco con el primero que editó hace casi 50 años y llama la atención éso, que cuando era muy joven tocaba con más aplomo, con fraseos más controlados y delicados. Eso sí, lo que me llega a molestar de ésta grabación es el exceso de "reverb" en general y sobretodo en algunos cortes como el segundo "juzge, juzge" donde se superponen demasiado las notas y queda todo como emborronado. Pasa lo mismo que con la interpretación: es posible que sea intencionado, pero en todo caso para mi gusto se les ha ido un poco de la mano dicho efecto.
    Va a parecer que no me gusta mucho el disco. Al contrario. Escucharlo se me pasa en un suspiro: no se me ocurre piropo mejor para lo que te hace disfrutar.

    ResponderEliminar
  4. No recuerdo ese reverb del que hablas, amigo José, tal vez sea más exigente en otros aspectos, y no tanto en el aspecto técnico. Lo escucharé mejor.
    Lo que está claro es que el disco nos gusta a ambos, y seguro que a Fer cuando lo escuche.

    ResponderEliminar