En cualquier campo o estilo musical son numerosos los ejemplos de artistas que, tras una o dos obras de interés, desaparecen sin dejar rastro. También es usual que no se les reconozca su labor, cayendo en el olvido algunos trabajos meritorios que podrían haber tenido cierto alcance. Ambas circunstancias se conjugan en la figura de Paul Ward, sintesista británico de inmerecida escasa repercusión, en especial por una joya oculta de la música electrónica instrumental de las dos últimas décadas del siglo pasado, de título "For a knave", publicada en 1991 por el sello Surreal To Real, una agrupación de músicos electrónicos fundada por el propio Paul Ward junto a John Dyson y Anthony Thrasher, para editar principalmente los álbumes de los dos primeros, así como los de otros artistas electrónicos como Ian Boddy, Michael Shipway, Glyn Lloyd-Jones, o grupos como Wavestar (dúo del propio Dyson y David Ward-Hunt) o Tranceport. Dyson rememoraba felizmente aquella época como un grupo de amigos, principalmente universitarios, convocados por Ward a través de un anuncio en una revista musical en los 80, que solían reunirse en algún bar para charlar o tocar música electrónica.
Si poco conocidos son los dos discos en solitario de este teclista, aún más difícil de encontrar es su seminal álbum de 1987 "Beyond The quiet point" (reeditado en 1995 por Surreal To Real), firmado a dúo por Ward y Neil Thompson (otro miembro de aquel grupo de colegas) bajo el nombre de Quiet Point. Se trata de un trabajo nada desdeñable, muy dinámico, con ritmos y melodías definidas en un contexto totalmente electrónico, cercano a algunas bandas sonoras ochenteras (Jan Hammer, Giorgio Moroder). Posee buen sonido y piezas muy llevaderas, que van a ser el germen del estilo que Paul Ward va a presentar en sus dos discos en solitario (por ejemplo "Taken to a place", que parece un bosquejo de "Interleave" -corte estrella de su primer álbum-, aparece en el segundo con igual título y tratamiento). Por unas u otras causas, Quiet Point se disolvió y Paul Ward comenzó su carrera en solitario; posiblemente era este último el principal valedor y creador en el grupo, de hecho Neil Thompson aporta una única composición en su participación en los dos álbumes en solitario de Ward. En "For a knave", el que nos ocupa, produce además tres de las composiciones, mientras que John Dyson se encarga de la producción de una de ellas, dejando el resto y la supervisión general para el propio firmante de la obra. Una pintura de Kevin Raddy ilustra la cubierta del plástico, anticipando su carácter aventurero. De hecho, un comienzo cósmico muy relajante deviene en una completa pieza estimulante e intrépida que parece haber sido creada como sintonía de televisión o incluso para cine del genero de espada y brujería, si atendemos a dicha portada. Dominada por teclados simulando guitarras y flautas, y percusión electrónica en una onda africana, en el climax final de "Flying south" suena otra furibunda falsa guitarra. Todo lo que hay de ficticio en esta música lo hay de palpitante, y mientras otros sintesistas deslizan provocativos juegos cacofónicos o largas suites atmosféricas en sus trabajos, Ward se centra por lo general en una música contundente, piezas electrónicas cortas con asomos al rock, de consumo fácil y entretenimiento, logrando un producto acertado y de calidad ("yo no hago desarrollos largos y ambientales", comentaba). El clima épico se mantiene durante todo el álbum, en el que también puede respirarse un componente altivo tan propio de otros músicos de renombre como David Arkenstone o Yanni, ambos del campo de la new age, que enaltece composiciones como "First home", con despliegue efectista final. Un teclado bastante solitario y afable es complementado en "Love, lies and magic" por aires sinfónicos conforme avanza la pieza, un tema producido por John Dyson, al que Paul atribuía todo el mérito del artístico tratamiento orquestal, que salvó una composición que no hubiera funcionado sin su ayuda. Más romántica se presenta "Borderline", que se hace corta, antes de llegar a un momento culminante (tal vez lo mejor, junto a "Flying south", de un disco muy adictivo) titulado "Interleave", melodía con fuerza, repetitiva y pegadiza, incluso excitante, que presenta vientos simulados muy atractivos. La segunda parte del álbum comienza con la facilona y pegadiza tonada de "Last stand", con ritmo constante y bajo y saxo simulados. "The alchemist" es otra melodía rotunda, la única que presenta una guitarra real en el conjunto electrónico (interpretada por Phil Easton), mientras que más delicadas son "Cetacean" (atmosférica y conmovedora), "Glide path" (soñadora pero directa) y un largo epilogo luminoso y aventurero, que deriva por igual en un tono épico y cósmico, titulado "Twelve towers", distinguible de los demás cortes por sus mantos de teclados en una onda planeadora. Es un final relajante y maravilloso en un trabajo con un melancólico toque retro ("el minimoog proporciona el sonido analógico clásico", añadía Paul), creado en 8 pistas y con el siguiente equipamiento: sintetizadores Roland (JX-8P, D50 y SH-09), Minimoog, Yamaha TX7, Sequential Circuits Pro-1, el sampler Ensoniq EPS y pedales Moog Taurus Bass.
Es evidente que se pueden encontrar similitudes en la obra de Paul Ward, por ejemplo la elegante secuencia y la ilusión de falso viento que abren "Flying south" bien podrían haber adornado algún trabajo del Vangelis de finales de los 70. Aunque no se puede llegar a asociar plenamente a esos monstruos de este tipo de música como el propio Vangelis o Jean Michel Jarre, sí que se pueden encontrar ecos de otros solistas de excepción como Joel Fajerman o Robert Schroeder (un poco menos Thierry Fervant, que incorpora elementos acústicos a su música), de bandas de gran seguimiento como Tangerine Dream (en su vertiente más melódica) o Wavestar (el grupo de John Dyson), así como de algún monstruo de la new age como David Arkenstone (en su carácter fantasioso y grandilocuente), o de refilón de otros artistas del sonido Narada Mystique, como Peter Buffett. La misma compañía Surreal To Real sacó a la luz en 1994 "The fear of make-believe", la última obra conocida de Ward. Presenta un sonido más avanzado, robótico incluso (a pesar de usar bajo, guitarra y batería reales), no tan provisto del halo romántico que desprendia el carácter aventurero de su debut, cambiado por una cierta frialdad cósmica que no llena tanto, al carecer de la frescura y elucidad de su primer plástico. Se mantienen las melodías atractivas, de continua sintonía (tal vez con voces hubiera entrado en la comercialidad del tecno-pop) y ritmos tecnológicos que hacen de "The fear of make-believe" otra obra totalmente acertada y recomendable para devotos de la electrónica y para cualquier tipo de público, dada su huida de ambientes caóticos y consecuente fácil consumo.
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