Aunque queramos ser conscientes de que la música clásica no es ni mucho menos una música muerta, el término encierra verdaderamente un doble juego que aparta a muchos compositores del consumidor, en especial del público joven. Y aunque la contemporánea sea más cercana en el tiempo, no lo tiene precisamente más fácil que aquella, siendo la propia calidad intrínseca de los músicos la que marque su éxito. Nombres como Glass, Nyman, Mertens, Bryars, Richter o Jenkins han encontrado un público joven en su acercamiento a músicas del mundo, música para películas o vanguardias de aceptación popular, pero otros como Pärt, Tavener o Górecki han tenido que labrarse el camino acudiendo a sus convicciones religiosas, lo que lejos de perjudicarles, les ha abierto las puertas del cielo en el panorama contemporáneo, del que ya son por méritos propios nombres ilustres bajo la denominación de 'minimalistas sacros'. Algunos críticos afirman sin embargo al respecto del estonio Arvo Pärt que su música no es reflejo de ninguna fe profunda, sólo es religiosa en apariencia, su inspiración es más cultural y estética. Pärt, nacido en 1935 en Paide, cerca de Tallin, es un creador de una música elemental, de moderna espiritualidad (lo que le acerca también a un nuevo público, buscador de alquimias sonoras en la frontera), cuyo mayor reconocimiento popular llegó con "Fratres", composición de 1977 que parece estar inspirada en el amor fraternal de los monjes medievales y comunidades cristianas en general ('hermanos'). Las primeras obras de Arvo Pärt son conocidas como 'obras de sufrimiento', al estar escritas en unas condiciones extremas de control religioso en la antigua Unión Soviética. Por ejemplo, la inclusión en su "Credo" de la frase 'Creo en Jesucristo' fue objeto de la censura estalinista, y tras la composición de un sinnúmero de bandas sonoras y un concienciudo estudio sobre polifonía europea, se instaló en Berlín tras adquirir la nacionalidad austriaca.
Pärt busca la hermosura en los juegos con los silencios o con las construcciones sencillas ("he descubierto que es suficiente una sola nota cuando está muy bien tocada"), y de ese interés o necesidad nació a mediados de los 70 el concepto de 'tintinnabula' (o tintineo), una técnica tonal tomada de los armónicos de las campanas, base de sus obras más conocidas. "For Alina" marcó un despertar en su conciencia musical, que encontró la recompensa del reconocimiento pleno por composiciones como las que vienen reunidas en este CD, "Fratres", "Cantus en memoria de Benjamin Britten" y "Tabula rasa". La excelsa compañía ECM lo editó en 1984, si bien se trata de creaciones anteriores a los 80. La extraordinaria humildad de este trabajo reluce desde la propia portada, en la que no es necesario un bello paisaje o un eficaz diseño fotográfico, sino que basta con encuadrar nombre del autor y el título, sin más florituras, la música suena y el oyente juzga, y la opinión suele ser sencillamente excepcional. El comienzo de "Fratres" es un estallido de espiritualidad, y la pieza completa, en sus más de diez minutos, parece evocar la propia eternidad a través de un humilde piano y de fogosas entradillas del violín, que en esta versión cuentan con la esplendorosa interpretación de dos músicos de renombre de ECM: Gidon Kremer y Keith Jarrett. Kremer, violinista letón de extenso repertorio (de Vivaldi a Piazzolla), es parte fundamental en el disco, no sólo por la emocionante interpretación de "Fratres" sino por su implicación en el corte que lo titula, mientras que Jarrett, considerado intérprete de jazz, demuestra su capacidad en este terreno, en el cual ha profundizado en numerosas ocasiones. Una segunda versión de "Fratres" se recoge en el álbum, en esta ocasión para los doce chelistas de la Berlin Philharmonic Orchestra, en una interpretación quejumbrosa, menos agradecida que la anterior, pero igual de firme y deliciosamente austera. "Cantus in memory of Benjamin Britten" es otra intensa, triste y gloriosa composición, un solemne panegírico para orquesta (la de Stuttgart en este caso), firme reflejo de la admiración del músico estonio hacia el inglés, fallecido en 1976 antes de poder llegar a conocerse, un lamento uniforme de una sola melodía que se repite mientras va cayendo hacia la fría tierra. Como se puede leer en el libreto, "Tabula rasa" tuvo mucho de sugerencia de Gidon Kremer (está dedicada y compuesta para él, que la interpretó por primera vez en Estonia en 1977), y en sus 26 minutos, dos violines, piano preparado (a cargo de Alfred Schnittke) y la orquesta de cámara lituana van y vienen en unas pocas melodías simples que interactúan con los silencios en un fervoroso juego minimalista acertado y agradable, por momentos misterioso (su segundo movimiento, "Silentium", adormecido, en el que cada cierto tiempo unas tímidas campanas -el piano preparado- parecen anunciar la llegada de algo inesperado) e incluso hipnótico (la sonoridad del violín en el primer movimiento, "Ludus"). Pärt no experimenta con la música como otros contemporáneos suyos, prefiere construir plegarias dotadas de misticismo, si bien lo que aquí nos encontramos es un trabajo digno de cualquier lugar, credo o condición, de cualidades excepcionales y abierto a cualquier interpretación, en el que es fácil quedar literalmente atrapado, seas oyente de música clásica, amante de la música sacra, devorador de cualquier corriente contenida en las nuevas músicas o, simplemente, melómano.
Como suele ser habitual en el mundillo clásico, otras compañías discográficas han grabado estas mismas piezas con importantes intérpretes y directores (EMI, Deutsche Grammophon, Naxos, Telarc), cada una con su propia personalidad, pero hay que acabar ensalzando la categoría de esta primera edición para ECM, el sello de Munich en el que Pärt nos ha legado sus obras desde los 80 dentro de su categoría ECM New Series, que recoge trabajos más clásicos que los del jazz con el que nació la compañía. Apostando por Pärt, ECM fue fundamental en el éxito de un músico que parecía 'fuera de sitio', pero que logró imponer su humilde espiritualidad en un momento de auge electrónico posiblemente cansino. Destacable es el hecho de que, con motivo del 75 aniversario del autor, fuera comercializada una edición especial de "Tabula rasa" que incluía el CD, partituras, fotografías, facsímiles y un extenso libro de tapa dura, una ocasión única para gozar plenamente de un álbum primordial de la música contemporánea, y de un músico de imagen desaliñada cuyas obras están por igual ancladas en un tiempo pasado como sugieren un tiempo futuro.
3 comentarios:
A mí el Alina este se me atragantó cuando intenté escucharlo, y creo que Tabula Rasa también. Quizá debiera darles otra oportunidad.
La famosa sinfonía de Gorecki en cambio me encanta.
Por cierto, escucha este tema de Hans Zimmer y dime que no recuerda demasiado a la obra de Part:
http://www.youtube.com/watch?v=dHgM8E_ohOY
Ciertas partes de la carrera de músicos contemporáneos como Pärt son bastante durillas -alguien utilizaría el adjetivo infumable, posiblemente con una escucha rápida y sin la merecida atención-, pero lo compensan con obras maestras como la que nos ocupa.
En cuanto al tema que me propones, no hay gran similitud en su primera mitad, bastante rítmica y con voz étnica, pero posiblemente sí en la segunda, a modo de lamento. En general, otro tema sublime del eficaz Hans Zimmer.
Es Musica nueva.
Me contradigo, en realidad no es nueva, pero es nueva porque quizá la esperábamos.
Es un descubrimiento cuando hace 10 años escuché por primera vez ese temblor.
Hoy, todavía al volver a escuchar sigue el temblor con Tabula Rasa.
Es el estado de alma residual luego de los silencios que dejan
a esa vacuidad, otra vez llena.
Sin embargo, antes éramos Tabula Rasa y luego, dejamos de serlo.
Emir.
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