Una de las compañías españolas de nuevas músicas que menos fortuna y oportunidades tuvo en la cruenta lucha por sobrevivir en ese mercado tan saturado en los 90 fue Taxi Records, sello que pretendía abarcar en sus planteamientos desde el jazz fusión hasta lo étnico y experimental. Uno de los fundadores del mismo era Eduardo Laguillo, músico madrileño de enorme solvencia al piano y la guitarra, y estudios clásicos en Viena, así como jazz y flamenco en Barcelona. Fue precisamente el primer disco de Laguillo en 1990, "Hay algo en el aire" (un trabajo introspectivo, originado por un viaje iniciático del músico a la India), una de las cinco primeras referencias de Taxi Records (las otras eran "Rapsodia" de Duet, "Pianosfera" de Antoni-Olaf Sabater, y los discos homónimos de Xaloc y La otra parte), si bien hay que llegar a 1997 para encontrarnos con su obra cumbre, un excelso trabajo de título "Manoa", publicado con acierto por Resistencia bajo la producción del propio Laguillo y de otro español ilustre en el campo que nos ocupa, el también madrileño Adolfo Rivero. La inspiración del álbum llegó de repente, cuando en un momento de elevado misticismo en la vida del pianista, se encontró con el poema 'Manoa' del venezolano Eugenio Montejo, que comienza con esta búsqueda: "No vi a Manoa, no hallé sus torres en el aire, ningún indicio de sus piedras. Seguí el cortejo de las sombras ilusorias que dibujan sus mapas". Laguillo, que ya había musicado poemas de Joseph von Eichendorff y trabajado con cantautores como Luis Eduardo Aute, encontró en él un amplio y luminoso sendero para construir algo más que un disco, una experiencia vital, un viaje a los confines de su propia espiritualidad.
Eduardo no conoció jamás a Eugenio Montejo, pero este poeta y ensayista que falleció en 2008 sí que era consciente del impacto de su obra en el músico español, con el que se sentía 'conectado' e intercambió una serie de emotivas cartas, en lo que Laguillo definió como 'unión de almas', un soberbio hermanamiento de poesía y música. Se puede admirar con qué delicadeza fluyen ambas en la primera parte de "Balada para Gabriela", el corte que inaugura el álbum, pleno de emoción y lirismo, primero por parte de una romántica flauta y enseguida por medio del instrumento natural de Eduardo, el piano, además de una destacada percusión. La melodía es sencilla, viva y esperanzadora, un bellísimo comienzo para el disco y una pieza que ha quedado en la memoria colectiva de las nuevas músicas españolas por esa hermosa vitalidad y una chispa especial que prende en los que buscan algo más allá de la vacuidad general. Lejos de las enormes colaboraciones internacionales de las que gozaban artistas de mayor repercusión como Carlos Núñez o Kepa Junkera, las ayudas con las que contó Laguillo en Manoa fueron las de intérpretes más cercanos, sin perder por ello ni un ápice de calidad: percusionistas como el griego Dimitri Psonis, el argentino Rikhi Hambra, el alicantino Vicente Climent o el francés totalmente españolizado Tino di Geraldo, Javier Bergia (que también aporta percusión), Sandra Miraball (clarinete), Xavier Blanch (oboe), Jorge Lema (bandoneón) y miembros de La Musgaña como Jaime Muñoz (tin wistle), Carlos Beceiro (bajo) o Enrique almendros (gaita). También otros amigos al cello, bajo, violas y violines, pero tal vez la participación más vistosa sea la del grandísimo intérprete de instrumentos de viento Javier Paxariño, con el que Laguillo había colaborado en discos memorables como "Pangea" o "Temurá". En "Manoa", Laguillo interpreta las guitarras además de teclados y voces, en un conjunto que se va haciendo más meditativo hacia el final, como en la intimista "Fais tun" o ese corte susurrante, animoso, de aires lentos y voz reflexiva que lleva por título "El bosque de voz clara". Mucho antes, destacar los efluvios de bossa nova con intimista guitarra española en "Regreso a pleione", el recogimiento de "Himno (en las llanuras de Yns)", con el acompañamiento de un chelo y del tin whistle jugando con el piano, o ese mismo piano destacando en "La otra luz del horizonte" y en ese solo, en comunicación directa con su público, que supone "Improvisación". Es sin embargo "Celebración" la segunda composición más destacada del álbum, un delicioso y acertadísimo himno a la vida, de desarrollo cálido, donde vientos, teclado y percusión vuelven a marcar firmemente el paso hacia "Manoa", para acabar descubriendo lo que narra el final del poema: "Manoa no es un lugar sino un sentimiento. A veces es como un rostro, un paisaje, una calle, su sol de pronto resplandece. Toda mujer que amamos se vuelve Manoa sin darnos cuenta. Manoa es otra luz del horizonte, quien sueña puede divisarla, va en camino, pero quien ama ya llegó, ya vive en ella". Tras esa importante revelación, "Antes de las estrellas" es un gran final en soledad, que resume esa búsqueda interior, ese maravilloso viaje en el que un suave y melódico jazz se ha revestido con música étnica para completar un enorme y sentido regocijo de disfrute obligado.
Joan Albert Serra, director de Taxi Records, comentaba en la presentación del sello (que tuvo lugar en el Teatro Lliure de Barcelona y en el Centro Cultural Galileo de Madrid en 1991) que nuevas músicas son "todas aquellas creaciones que, partiendo de la música clásica, el jazz y la música contemporánea, no atiendan a encasillamientos estilísticos y estén realizadas con total honestidad". Sin duda la figura de Eduardo Laguillo encaja sobremanera en esta definición, pero más allá de etiquetas, la música de Eduardo se puede encuadrar en un conjunto de proyectos, generalmente incomprendidos, cuya sensibilidad y espiritualidad no tienen límites, casos que se repiten en otros músicos españoles como Pep Llopis, Adolfo Rivero o el extinto grupo V.S.Unión, luchando por sus pasiones, proyectándose al mundo hasta que encuentran a alguien que los quiera entender, un público no excesivamente amplio pero sí consciente de la impronta que lo que escucha deja en su conciencia. Ese público existe, y lo que disfruta en "Manoa" es algo más que una reunión de canciones, es una obra, como dice su autor con orgullo, "llena de luz, de ternura, de sutilezas".
Pepe, eres un pozo de sabiduría y un artista en la metódica publicación cada x días, de un nuevo disco, autor, con todo lujo de detalles. Con tus conocimientos y tu saber en otras artes, podrías editar un libro con todas las reseñas que vas haciendo en este blog. Aunque muchos de los autores son totalmente desconocidos para mi, leo las crónicas y me sorprende grátamente la información tan concreta, correcta y sencilla que plasmas tanto de los autores como de la obra. Enhorabuena. ¡Adelante!
ResponderEliminarHay que ser constante, Juan Antonio. Yo me obligo a ello, así como a intentar ofrecerlo todo en cada comentario. Un amigo común asegura que no comenta porque no puede aportar nada nuevo!!! Yo creo, sin embargo, que siempre hay algo que aportar, sobre todo impresiones personales sobre lo que te comunica interiormente cada disco.
ResponderEliminarLo del libro es mi ilusión, y te aseguro que lo voy a intentar. Gracias por tu apoyo.
Me encanta este blog :-)
ResponderEliminarDescubrí este disco a través de Dialogos 3 y recuerdo con cariño las dos canciones que han incluido, así como 'balada para Gabriela'. Si no recuerdo mal, es una canción que dedicó Eduardo Laguillo a su hija (Gabriela) que estaba a punto de nacer.
Enhorabuena por el blog.
Gracias, David. En efecto, esas dos bonitas canciones sonaron bastante en Diálogos 3.
ResponderEliminarNo he incluído la referencia a Gabriela como hija de Eduardo porque no lo he podido corroborar, pero posiblemente sea así.
Jaime dijo...
ResponderEliminarSí, es su hija Gabriela, la última vez que vi en directo a Laguillo, ahí estaba ella, ya no tan niña. Todos cumplimos años.
Por cierto, lo del amigo común...Bueno, bueno
ResponderEliminarJa, ja, ja, se ha desvelado el misterio. ¿Ves cómo sí que puedes aportar algo con tu inmensa sabiduría newagera? Añadiré la referencia a Gabriela como hija de Laguillo, mil gracias.
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