Carlos Núñez conoció al gran Paco de Lucía en una entrega de premios en Madrid, cuando se reconocía su primer álbum en solitario, "A irmandade das estrelas". El gaitero estaba triunfando masivamente con ese trabajo, y se emocionó cuando el guitarrista elogió su labor y su música, naciendo de inmediato una amistad que iba, con el tiempo, a planear una colaboración entre ambas estrellas. La muerte del maestro dio al traste con esa esperada interacción de genios, pero el de Algeciras estuvo al tanto en todo momento, desde México, de los pasos que Carlos estaba dando en su segundo proyecto, un ambicioso puente entre la música gallega y el flamenco, un trabajo muy esperado por público y crítica titulado "Os amores libres", que acabó viendo la luz en 1999 (Carlos no se precipitó y dejó pasar tres años entre sus dos primeras obras) de manos de BMG Ariola, con una amplia distribución internacional tras el interés despertado por la ópera prima del músico de Vigo. Carlos Núñez se estaba convirtiendo en un personaje tan popular que se podía permitir que su rostro ilustrara la portada de su nuevo álbum; ya sucedió en el debut, pero allí se hacía acompañar de una gaita, lo cual va a seguir ocurriendo, con gaitas o sin ella, en la mayor parte de su discografía.
En la gira que siguió a "A irmandade das estrelas" ya se atisbaban mestizajes de música tradicional gallega con el flamenco (y con otras músicas europeas) adivinando el público avispado por dónde iban a ir los tiros de sus nuevas creaciones, principalmente hacia un fabuloso encuentro musical entre el norte y el sur de la península. No en vano Carlos escuchó en cierta ocasión la frase "¡Tocas la gaita como un gitano!" en boca de una gitana de avanzada edad. Pero fueron The Chieftains los primeros que le hicieron ver cómo, fuera de nuestras fronteras, se adivinaban en su música ecos del flamenco, sin que ni siquiera él mismo hubiera alcanzado a darse cuenta. Hizo bien Carlos Núñez en virar la mirada hacia estas otras conexiones musicales tan cercanas, para ofrecer un nuevo producto al que en su frescura poco se puede reprochar. Al margen de eso, "Os amores libres" (que porta el handicap de tener un hermano mayor tan mítico e impoluto como "A irmandade das estrelas") merece más de una escucha atenta y un seguro disfrute, tanto por su composición como por sus -de nuevo- colaboradores de excepción, que entre otros -y cada uno de ellos en un puñado de canciones, o solamente en una de ellas- fueron: Juan Manuel Cañizares (guitarra flamenca), Dónal Lunny (bouzouki), Carles Benavent (bajo eléctrico), Tino Di Geraldo (percusión), Dan Ar Braz (guitarra eléctrica), Derek Bell (arpa, piano), Liam O'Flynn (gaita irlandesa), Máirtin O'Connor (acordeón), Frankie Gavin (violín), Phil Cunningham (piano, teclados, acordeón), Teresa Salgueiro (voz), Sharon Shannon (acordeón), Arty McGlynn (guitarras), Kevin Conneff (bodhran), Renaud Garcia-Fons (contrabajo), Nollaig Casey (vilín), Paddy Keenan (gaitas), Mike Scott (voz, guitarras), Jackson Browne (voz), Hector Zazou (teclados), Gil Dor (guitarras acústica), Noa (voz), Vicente Amigo (guitarra flamenca), Martin Russell (teclados), Simon Emmerson (programaciones) o Pancho Álvarez (guitarra, violín, mandolina), entre muchos otros. Carlos Núñez interpreta varios tipos de gaitas y de flautas, ocarina y arpa de boca. La interacción de elementos tradicionales se muestra en todo su esplendor al comienzo del disco en "Jigs & Bulls", una pieza de ritmo frenético compuesta por pequeños tradicionales gallegos que, producida por Dónal Lunny (fundador de bandas como Planxty, The Bothy Band o Moving Hearts), suena por igual gallega como irlandesa, y posee también el correspondiente componente flamenco por medio de la percusión de Tino di Geraldo y miembros de la banda de Paco de Lucía como Juan Manuel Cañizares, Carles Benavent o Manuel Soler, que al final ejecuta un zapateado con palmas y jaleos. "Jigs & Bulls" no es un comienzo tan épico como el del disco anterior, pero sí aclaratorio del espíritu del trabajo, una fiesta abierta al mundo. La segunda composición producida por Dónal será "O cabalo azul", donde destaca la luminosidad de las flautas de Carlos (whistle y flauta dulce). Granados es el compositor de la pieza que da título al disco, un título referido a la música que estaba prohibida o mal vista en Galicia por estar influida por el sur; "Os amores libres" es una balada instrumental sencilla y, por supuesto, enamoradiza, que le fue descubierta a Carlos por Derek Bell, el miembro de The Chieftains que toca en ella su arpa, y está cercana a aquel "Amanecer" que abría su carrera solista con 'espíritu Nightnoise'. "Muñeiras da sorte" proviene de un antiguo documento sonoro de Sabicas, en el que el legendario guitarrista flamenco tocaba varias muñeiras, una alborada y un alalá, antiguas grabaciones (Carlos deja que se note el glitch del vinilo) que se convierten en una música nueva y alegre, con la aportación del acordeón de Máirtin O'Connor, que repite en otra hermosa y manida composición de Granados, Albéniz y Jiménez, "Alma barca", donde la guitarra flamenca -en un pasaje muy hispano del álbum- la aporta Rafael Riqueni. Es preciso hablar de las voces del trabajo, canciones que por momentos son muy acertadas: la primera es una gran pieza del repertorio del gallego y single promocional del trabajo, y es que "María soliña" es una de sus canciones más recordadas, la historia de María, la joven esposa de un pescador de Cangas (Pontevedra) que se queda viuda y sola, adquiriendo a la vez la reputación de bruja; la leyenda llega directamente al corazón y, bajo la importante colaboración de Phill Cunningham, la interpreta lacrimosamente Teresa Salgueiro, la eterna voz de Madredeus, que dado el avanzado estado de su embarazo tuvo que ser convencida expresamente por Carlos para cantar en el álbum (en 2005, Teresa la incluyó en su álbum "Obrigado"). Curiosamente, y totalmente distinta a la anterior, tal vez sea la rumba "A orillas del río Sil" otra de sus mejores canciones, una fenomenal fusión del norte y del sur que supone un gran descubrimiento y una especial sorpresa, principalmente para el oyente extranjero; qué diferente la voz de la cantaora Carmen Linares a la de Teresa, pero cómo encajan en esta mágica muestra de mestizaje (suenan además el acordeón de Sharon Shannon, la guitarra de Arty MacGlynn y el bodhran de Kevin Conneff) escrita por Manuel Malou, en la que se cuenta la historia de amor entre un gallego y una gitana. Más adelante, "The raggle taggle gipsy" es una animada canción tradicional británica cantada por el escocés Mike Scott, miembro de The Waterboys, que la propia banda había grabado en 1990 para su disco "Room to Roam", si bien las versiones de esta canción (que cuenta cómo una mujer rica se escapa con una banda de gitanos) se cuentan a puñados, desde Pete Seeger o Bob Dylan a Planxty, The King's Singers o Steeleye Span. La variedad de voces y procedencias de las canciones es abrumadora en este experimento folclórico, por ejemplo, el origen de "Danza da lúa en Santiago" es un poema de un Federico García Lorca que en sus viajes a Galicia descubrió que los alalás le recordaban al flamenco (y cuenta con músicos marroquís, a la vez que el cantautor Jackson Browne y una vieja grabación de 1920 del coro coruñés Cántigas da Terra) y la de "Viva la quinta brigada" una canción de otro ex-Planxty, Christy Moore, cantada por el vocalista de los Hothouse Flowers, Liam Ó Maonlaí, que trata sobre los voluntarios irlandeses que acudieron a luchar contra el fascismo en la Guerra Civil Española, que realmente eran conocidos como la XV Brigada (Moore se equivocó por la semejanza entre 'quince' y 'quinta') o la Columna Connolly. La segunda canción extraída como sencillo del álbum, "A lavandeira da noite", es otra emocionante balada tradicional gallega, que habla sobre la prueba del amor prohibido de una mujer, que tiene que ser lavada y olvidada; su intérprete, la israelí Noa (que conoció a Carlos en 1996, en el festival Womad celebrado en Canarias), con Gil Dor a la guitarra acústica y Vicente Amigo a una guitarra flamenca que brilla especialmente al final de este tema que contó con su propio videoclip. Para terminar el disco, una variada suite con pasajes evocadores y festivos en la que llega a brillar una gran variedad de instrumentación; su comienzo es apasionante, volviendo a hurgar en un hermanamiento peninsular, encontrando a partir de ahí nuevos caminos de exploración (danzas, cantos de pandereteiras, y una voz final antigua, emocionante), portando siempre la magia del descaro de su joven firmante, esa chispa que prende en todo el trabajo y que pocos consiguen impregnar en sus obras, aunque el propio autor afirme que, mientras su primer disco fluía muy bien, este era un poco más denso. Eso no le quitaba encanto y maestría.
Los discos de Carlos suenan tradicionales y modernos, su sonido construye puentes entre generaciones, rompiendo totalmente el papel marginal, peyorativo, que hasta hace pocas décadas había cobrado la palabra gaitero. De hecho, con "A irmandade das estrelas" sentó las bases de un cambio de mentalidad por el que el público empezó a tomarse muy en serio la música gallega y sus conexiones con la de las tierras celtas. Con "Os amores libres", que alcanzó el número 3 en las listas de ventas españolas en abril de 1999, ejecuta una sólida inmersión en las presuntas diferencias -que en muchas ocasiones no son sino semejanzas- entre el norte y el sur de una España que, con multitud de bandas y solistas entre los que Kepa Junkera, La Musgaña, Luar Na Lubre o Hevia -que fue cinco semanas número 1 ese mismo año- arrasaban a nivel popular (y con grandísimas colaboraciones de mitos extranjeros, como las que Carlos había tomado prestadas en 1996), despertaba totalmente a la que era necesario tildar como world music española, pero la de una nueva generación, avanzada y sobradamente preparada, que entendía no sólo lo que le ofrecían sus raíces sino también lo que demandaba el público. Generoso en exceso en sus directos, Carlos Núñez es uno de los máximos exponentes del hermanamiento de culturas musicales tanto en España como con las demás naciones celtas y más allá de ellas, y el seguimiento de su obra es una amena manera de entrar, desde la profunda mirada gallega, en la investigación de una cultura, la celta, apasionante.
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Conseguí este disco en una colección de kiosco un par de años después de su publicación. Después he comprado dos copias más...
ResponderEliminarEntiendo que A irmandade das estrelas es un hito de la música celta, mucho más ortodoxo y trascendente que Os amores libres, y un éxito comercial mucho mayor. Pero el segundo es un pequeño milagro, algo muy único. Yo que no soy mucho de pop rock de radiofórmula, lo considero (junto a algún otro, no muchos) el punto más alto que ha alcanzado la música no convencional hecha en España. Así de claro lo tengo.
Y también tengo mis razones personales. Fue el primer regalo que le hice a la primera chica con la que salí "en serio".
Abrazos, Pepe.
Me alegro que valores tanto esta obra, porque es maravillosa sin duda. Gracias por compartir tu opinión con nosotros.
ResponderEliminarYo también asocio muchos discos a vivencias importantes, y tal vez mi momento a recordar fue con el primer disco, recuerdo un concierto espectacular al poco de su aparición, que juntó a Carlos con otros grupos de renombre. Escrito esto en pleno confinamiento por el Coronavirus, nos preguntamos... ¿cuándo volveremos a asistir a grandes conciertos? Espero que pronto.
Leer tus palabras y (volver a) escuchar a Carlos (reconozco que lo tenía olvidado) me ha despertado muchos recuerdos. Qué tiempos aquellos años 90, la explosión de la música celta/folk. Qué concierto nos dio Carlos unos años más tarde, ya en el siglo XXI, haciendo a toda la plaza (abarrotada) bailar y dar vueltas completas (toda, como una marea circular). Se nota cuando el músico disfruta de lo que hace, lo vive, lo siente y se lo entrega al público en bandeja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es un grande, lo conocí en Mato Congrio (pero sin saber lo que podría venir). Tuvo un gran apoyo y presupuesto de su compañía multinacional, que tuvo una gran visión( y se lo merecía, aunque ya lo hubieran querido también otros, él además no lo desperdició). Llegó a ser uno de nuestros músicos MÁS INTERNACIONALES, y más siendo de músicas "no convencionales" Todo lo que se pueda decir, o casi todo, es bueno, por eso me atrevo con una pequeña pega: a veces algunas fusiones en disco me parecían algo forzadas. Podría achacarse a él, la compañía,...no sé. En concierto, simplemente era un todo terreno, que se adaptaba a lo que fuera y con quien fuera.
ResponderEliminarAmbos, Héctor y Jaime, coincidís en lo que ya se ha comentado, que ver a Carlos en concierto es una experiencia viva, rica y a su modo, espectacular. Aprovechemos, cuando todo vuelva a la normalidad, para vivir la música en directo a la mínima excusa!!
ResponderEliminarCuando apareció A Irmandade das Estrelas, yo estaba totalmente inmerso en la música celta y he de reconocer que, a pesar de que todos los críticos de la época intentaban convencerme de lo contrario, el álbum no me convenció en absoluto.
ResponderEliminarEn la senda de la experimentación y la fusión me parecían más interesantes agrupaciones como Berrogüetto o la obra de Emilio Cao, y para un estilo más purista, tiraba de los míticos Milladoiro.
En A Irmandade das Estrelas, la fusión me parecía de trazo grueso, forzada y sin terminar de integrarse (algo parecido de lo que me pasaba con Cristina Pato). No obstante, mi idilio con Carlos Núñez comenzó con Os Amores Libres, donde esa fusión es más fina, trabajada y justificada, para ya no dejar de seguirlo y posteriormente tener la suerte de disfrutar de la gran experiencia didáctica que supone su directo.