Dos divorcios acaecieron a Mike Oldfield a comienzos de los años 90. El primero, traumático, con la vocalista noruega Anita Hegerland ("probablemente el momento más terrible de mi vida desde mis primeros ataques de pánico", declaró). El segundo, deseado, con su discográfica de toda la vida, Virgin Records. Se podría hablar de un tercer divorcio, con las canciones que habían copado gran parte de su discografía en los 80 y estertores de Virgin (salvo por el excepcional "Amarok") y con la ignominia del público y la crítica (especialmente en los alrededores del cambio de década) y las consecuentes ventas de discos, y es que desde 1991 Oldfield fue libre para seguir un nuevo rumbo que le volviera a llevar a lo más alto. Y vaya si lo hizo, pues el as que tenía guardado en la manga el multiinstrumentista británico durante los últimos años era ni más ni menos que la segunda parte de su obra más conocida y emblemática, el seminal "Tubular bells". Por su desastroso contrato con Virgin, Mike no podía volver a grabar "Tubular bells" y pulir así sus imperfecciones técnicas hasta 2003, así que una buena opción en los 90 era construir una revisión, una nueva versión del clásico, un delicioso caramelo con el que, en un momento especialmente dulce de las músicas instrumentales bajo la temible etiqueta 'new age', se atrevió la compañía estadounidense Warner Music, o más concretamente su filial Warner Elektra Atlantic (WEA), que lo publicó en 1992 con el sencillo y vendible epígrafe de "Tubular bells II" (en los Estados Unidos fue otra subsidiaria de Warner, Reprise Records, la que editó el disco, aunque el título fue ligeramente modificado a "Tubular bells 2"), un trabajo con el que Michael Oldfield volvió a convertirse en Mike Oldfield, un nombre familiar que entró de nuevo en muchos hogares, y conquistó a su vez muchos otros nuevos gracias a ese tubo retorcido que tornaba a un impactante color dorado sobre fondo azul, obra de nuevo del autor del logo original, Trevor Key.
Con el fichaje por Warner Music, el londinense Rob Dickins sustituyó a Richard Branson como 'jefe' de Oldfield, y se convirtió en pieza importante en las nuevas andanzas musicales del de Reading. Dickins, de padre músico y una carrera dedicada, durante casi los mismos años que transcurriría la de Oldfield, al negocio musical en Warner Music, accedió a la presidencia de su división inglesa, Warner Music UK, en 1983, y durante los quince años que desempeñó ese cargo la compañía obtuvo pingües beneficios, debidos en gran parte al buen ojo y al amor de Rob por la música bien hecha y auténtica. Su mayor logro (al menos en cuanto a las músicas de raíz o de características avanzadas y lejanas al pop-rock, ya que también atrajo durante su mandato a Vangelis, William Orbit, Loreena McKennitt, Henryk Górecki o al propio Oldfield) fue posiblemente el ascenso meteórico de la irlandesa Enya, de la que se convirtió en valedor y amigo. Clive Banks, representante de Oldfield en ese momento, fue en realidad el engranaje decisivo en la operación, al tener una gran relación con Dickins y, en definitiva, al ser su esposa directora gerente en Warner. En este proyecto tan personal, el nivel de expectación -por el publico, la crítica y la propia compañía- era difícilmente asumible por un autor tan inconstante en su personalidad, lo mas fácil era fracasar estrepitosamente, de tal forma que sólo los más grandes son capaces de reivindicar la grandeza que antaño tuvieron. Y Oldfield demostró ser de los grandes, sin duda, superando sus miedos y aplicando su grandilocuencia en el estudio gracias a su ambición por renacer, y a un guión estresante -reconoció-, bien planeado y lujosamente acabado, con la producción de dos personajes de gran carácter que aplicaron sus conocimientos desde dos ópticas y países distintos, el esencial Tom Newman en una primera visión desde Inglaterra, y el afamado Trevor Horn (un sueño reconocido para Oldfield) en el acabado desde Los Ángeles, ciudad a la que Mike se trasladó para fiscalizar fuera de su país. Muchas historias se cuentan sobre lo que influyó Horn en la grabación y sobre las desavenencias entre egos, si bien Oldfield confiesa en su autobiografía que acabó contento con el resultado. Aun lejos, muy lejos, de los grandiosos, casi taumatúrgicos instrumentales largos de los 70, "Tubular bells II" muestra sin embargo muy buenas intenciones, no podía ser menos, en su nueva planificación de un tema inmortal y la interpretación de un músico aún joven y hábil técnicamente, y presenta algunas melodías dignas de recuerdo, en otra gran labor de estudio ensamblando partes y creando ambientes para un resultado de una hora muy entretenida (dividida en 14 pistas, lo que suponía otra novedad) en la que se conjugan multitud de instrumentos y voces, y donde destaca la capacidad de multiinstrumentista de Mike Oldfield, que interpretaba guitarras de todo tipo (acústica, clásica, flamenco, eléctrica, de doce cuerdas, de doble velocidad), mandolina, bajo, piano, órgano Hammond, glockenspiel, campanas tubulares y percusiones varias. Las voces femeninas corren a cargo de Sally Bradshaw, Edie Lehman y Susannah Melvoin. "Sentinel" -título homenaje al relato de Arthur C. Clarke que originó la película "2001: Una odisea del espacio", que también era referenciada de varias maneras en "Tubular bells"- engloba en un mismo corte la revisión de los primeros seis minutos del "Tubular bells" original, aunque le añade una melancólica entradilla de teclado que iba a repetirse a modo de leitmotiv durante la obra. La reinvención de la melodía más popular del original, esa especie de ostinato utilizado en "El exorcista", es acertada, si bien pierde algo de su tono misterioso a favor de una comercialidad exótica tras el añadido de voces e iconos de los indios americanos. Para el seguidor de siempre del mítico 'Opus one' y conocedor a ultranza de aquel primer disco, ir reconociendo las nuevas melodías en las antiguas no supuso -por lo general- una herejía sino un ejercicio realmente entretenido, así llega en un primer momento "Dark star" -ese primer instante de guitarreos salvajes-, seguido de "Clear light" -que abarca del minuto 7 hasta el 11 del original-, "Blue saloon" -el calmado pero enérgico momento de blues-, "Sunjammer" -el segundo pasaje de poderosa guitarra eléctrica, muy bien asimilado y ejecutado- o "Red dawn" -el hermoso interludio hacia la parte final de la cara A se resuelve con una guitarra acústica que, a pesar de la enorme fuerza y carga emotiva del molde, supone un bello homenaje-. Mención aparte merece "The bell", el idolatrado final de esta primera parte, siete minutos en los que 'A strolling player' -el actor Alan Rickman, conocido por su especial voz- declama de nuevo los instrumentos que se van incorporando al tema, que difieren el algo a los del 73, especialmente en los 'vocal cords', 'the venetian effect' y 'digital sound processor', si bien el último aporte son, inevitablemente, esas campanas tubulares que siguen siendo protagonistas. Pero si la primera parte del álbum es respetuosa y excitante, la segunda posee una cualidad primordial para que un remake (aunque el concepto no sea ese exactamente) triunfe definitivamente, y es mejorar, o al menos diferir y deconstruir con enorme calidad y gran originalidad al modelo, ese trabajo que fue tan difícil de plasmar en el estudio y que tenía más pensada en su lado uno que en el reverso; especialmente maravillosos reflejos de aquel son "Weightless" (el comienzo, etéreo y muy actualizado) y "Tattoo" (una marcha con aspecto navideño -así al menos se nos intentó vender en su nevado videoclip- que recrea la sección llamada "Bagpipe guitars" de "Tubular bells", sustituyéndolas por gaitas auténticas). "The great plain" difiere por medio de un banjo que proporciona, junto a su continuación "Sunset door", el segundo toque americano al disco -el primero eran los cantos nativos de "Sentinel", luego vendrán "Maya gold" y "Moonshine" para acercar el trabajo al otro lado del Atlántico-, pero desmejora considerablemene a aquel prístino y delicioso pasaje de guitarra y órgano que Mike compuso muy joven. Muy difícil lo tenían "Altered state" y "Maya gold", el primero simplemente cumple, se deja escuchar en su recreación del espectacular 'Caveman song', mientras que el segundo, que exalta la riqueza arqueológica mexicana, a pesar de no poder alcanzar al momento incomparable de las que luego serán conocidas como "Ambient guitars", deja un gran poso en la obra, convirtiéndose en otra memorable hazaña ambiental del guitarrista. Para terminar, "The sailor's hornpipe" se mira en el espejo y muda en una country "Moonshine", la extrovertida nueva muestra del lado divertido del británico. Pululando entre ellos temibles remixes, los sencillos extraídos del trabajo fueron "Sentinel" (que en una de sus ediciones incluía "Early stages", muy interesante muestra de la primera idea que tuvieron Oldfield y Newman para el comienzo del disco), "Tattoo" (con la versión del célebre villancico "Silent night" en una de sus versiones y varios extractos del concierto de Edimburgo en otra) y "The bell" (de diversas maneras, idiomas y maestros de ceremonias además de Alan Rickman, como el auténtico Viv Stanshall -el MC del original-, el cómico Billy Connolly, el actor escocés John Gordon Sinclair -en la versión en directo en Edimburgo-, otro cómico, Otto Waalkes -en la versión alemana- y el locutor de radio Carlos Finaly en una buscada edición promocional española). Los tres singles tuvieron sus correspondientes y bien realizados videoclips. El título -y el éxito- del trabajo provocó una gira mundial, llamada 'Tubular bells II 20th anniversary tour', que tuvo un vistoso concierto de presentación en la explanada del castillo de Edimburgo (del que se comercializó un VHS) y que en España (no hay que olvidar que su novia en esa época era la gallega Rosa Suárez), donde interpretó un bis exclusivo de la aflamencada "Taurus III", pasó en 1993 por Barcelona, Madrid, Oviedo, Vigo, Málaga, Burgos y Bilbao.
En el gran "Amarok", que Richard Branson quiso que fuera la continuación en Virgin de "Tubular Bells", se adivinaba un tipo de sonido avanzado que iba a formar parte de "Tubular bells II" y del nuevo Oldfield. No es de extrañar que éste estuviera guardando ideas y melodías para lo que él sabía que el multimillonario no iba a disfrutar. "Tubular bells II" no es superior a "Tubular bells", no tiene su carácter pionero, su locura ni su halo de misterio, Oldfield no tuvo que innovar ni superar dificultades técnicas, pero este primogénito de "Tubular bells" está adaptado a los nuevos tiempos, es un homenaje que suena limpio, perfecto, es la reinvención que su excelso padre requería y con la que iba a atraer a nuevos acólitos a su causa. De hecho, con esta continuación Oldfield volvió a ser número 1 de la noche a la mañana, incluso en el complicado Reino Unido y por supuesto en una España que se iba a convertir en su mejor mercado en los 90. Mientras engordaba sus arcas, para unos el personaje, el músico, perdía encanto y personalidad, mientras que para otros ganaba en popularidad sin perder su esencia. No se puede negar que el de "Tubular bells II" es un Oldfield yuppie, azucarado en exceso -especialmente en comparación con su 'Opus One'- pero vistoso y perfectamente válido en los 90, en definitiva una obra muy a tener en cuenta en la discografía de Oldfield, un asombroso 'déjà vu' del clásico de 1973 que no admite críticas como las que acusaban a su autor de falta de ideas, aunque sí que fue hecho no sólo como homenaje sino, evidentemente, para vender discos, que en definitiva es de lo que vivían -cuando se vendían discos- los músicos. En cuanto a la utilización, que llegará a ser un tanto excesiva a partir de aquí, del nombre "Tubular bells" en los trabajos de Mike Oldfield (la tercera entrega, por ejemplo, llegará en 1998), no hay que olvidar que es el autor el que debe de idear, disponer y marcar el camino de la continuación o revisión de SU obra, y el público, que puede opinar y valorar, no debe de cuestionar ese camino mientras se haga con respeto, elegancia y calidad, las que acompañan allá donde vaya a este artista, cuyo estilo distinguido y característica forma de tocar suponen una tautología de libro: Oldfield es Oldfield.
ANTERIORES CRÍTICAS RELACIONADAS:
Utilizando términos cinematograficos, TB II sería un "reboot", mientras que el TB 2003 podría denominarse "remake".Siguiendo con la analogía del cine, éste TB II lo percibo como si Friedkin hubiera rodado en 1992 una versión de su obra más aclamada pero con actores más jóvenes y guapos, y despojada de la carga de dramatismo y profundidad de la original, y todo muy relleno de efectos digitales, eliminando lo "oscuro", todo pensado para llegar a un público mucho más amplio.
ResponderEliminarA pesar de mi particular ( y probablemente injusto y exagerado) punto de vista, reconozco que es un disco extraordinariamente bien hecho y acabado, con momentos realmente brillantes. Un discazo, vamos.(acaso no es muy humano contradecirse?).
Pasado bastante tiempo, creo que este reboot (buena puntualización) era tan necesario como el posterior renake. Tal vez los posteriores episodios tubulares sean prescindibles (tal vez), pero difícilmente se puede uno imaginar la discografía de Mike Oldfield sin este TBII.
ResponderEliminarLo de Friedkin es algo forzado, sí, pero se entiende perfectamente el símil.
Un álbum frío frío frío. Sin alma. Trevor Horn caca.
ResponderEliminarMe interesa la polémica, amigo Sergio. Este no es mi disco favorito de Mike, pero disfruto mucho escuchandolo. Además, me trae muy buenos recuerdos, Cadena 100 hizo un despliegue inolvidable para un crío como yo, en esa gira os conocí a ti y a Jorge (han pasado más de 25 años!!!) y poco después despegó el fanzine ORABIDOO.
ResponderEliminarVisto lo visto, no puedo hablar mal de TBII, aunque Trevor Horn impulsara una producción de plástico. De todos modos, y vista la trayectoria futura de Mike, seguro que tienes mucho bueno que destacar en este trabajo. Y si lo valoras friamente y no es así, acepto caca.
Todo son buenos recuerdos del viaje a Bilbao en 1993, conoceros a Jorge y tú. El disco hace siglos q no lo escucho. En cambio el genial Amarok lo escucho a menudo. Es increíble cómo cambio el sonido Oldfield a partir de Trevor Horn. En fin, si Tb2 no me gusta el q se lo pierde soy yo.
ResponderEliminarGrandes trabajos: el tuyo, Pepe, con este artículo, y el del señor Oldfield, con esta gran secuela. Bueno, del señor Oldfield y del señor Newman, bien aderezados por el toque moderno de Trevor Horn, sin caer en pastiches ni horteradas (con lo fácil que habría sido). De hecho, creo el sonido que en aquel ya lejano 1992 criticaron como "efectista", "comercial" o "plastificado", hoy muchos definirían como "clásico", casi "aburrido" (según las nuevas tendencias, quiero decir). Para mí, este disco ha envejecido muy bien y sigue vigente. Un paso adelante en su carrera exigía nuevas maneras de hacer música. Y la elegida fue emocionante y elegante. Gracias por hacerme recordar un tiempo tan mágico y especial.
ResponderEliminarYo sigo escuchando TBII, aunque no tanto como el original, claro. Y es que, como dice Héctor, ha envejecido bastante bien, sigue fresco y suena como nuevo.
ResponderEliminarDe hecho, también escucho bastante, y en su medida admito que me gusta, TBIII. Y no lo digo como 'placer culpable' sino como un trabajo bien hecho y adictivo, aunque se le puedan achacar varias cosas.
Ya espero ese TBIV, a ver por dónde nos sale. Si es que llega, claro.
Buenísimo análisis! En su día leí una completa biografía de Oldfield editada por Cátedra (no sé si te suena) y aun así, aportas nuevos detalles que no estaban allí y que desconocía.
ResponderEliminarPara mí Tubular Bells II fue la "epifanía" que me convirtió en fan. Había escuchado antes The Songs of Distant Earth y me gustaba mucho, pero cuando empecé a bucear en TBII y su atmósfera de lúdica perfección, esa manera en la que todo funciona como un puñetero reloj suizo y el sonido no deja de evolucionar y sorprenderte... No sé, recuerdo que estuve escuchándolo compulsivamente durante meses, sobre todo el crescendo que va desde Red Dawn hasta el final de The Bell.
Se me sigue poniendo la piel de gallina, por mucho que con la experiencia de los años y mucha más música en mi colección sea consciente de que parte del "truco" está en diferentes elementos efectistas de la producción. Aun así, si nos quedamos con la partitura pura y dura, TBII sigue siendo uno de los 2 o 3 álbumes mejor compuestos, planificados y equilibrados de Mike.
Saludos!
Por momentos da la sensación de que Mike hubiera tenido más de una 'revelación' en su extensa obra. Con este disco y su perfección tecnica sucede algo parecido, como si las reinterpretaciónes de cada pasaje le fueran saliendo de la cabeza, como si todo fuera rodado y el plan perfecto de este prestidigitador surgiera por sí solo, soñando despierto. Y eso que, para mí, no estaría entre sus 5 mejores discos!!!
ResponderEliminarEn cuanto a la historia completa del disco, en mi libro no hay mucha información, evidentemente. Por eso te remito a los otros dos libros que han aparecido recientemente sobre Mike, 'La música de los sueños' y 'Taurus'.
Un disco redondo, no revolucionario como el original, pero fantástico.
ResponderEliminarEl directo en el castillo de Edimburgo es memorable, lo habré visto cien veces.
La crítica estupenda, como siempre.
No estoy de acuerdo con Sergio en que este disco sea frío,más bien lo veo redondo como dice Warren. Por supiuesto también influyen los buenísimos recuerdos que le acompañan y que amenizaron mi adolescencia.
ResponderEliminarGracias por la crítica,y por las que vengan...
Bueno, cada cual tiene su opinión, pero estoy seguro de que, en aquellos momentos, todos disfrutamos enormemente con esta segunda parte. Que analizada a posteriori asumamos una visión nueva o un deseo de otro tipo de enfoque, es algo lógico, pero TBII es el que hay, y a mí me parece un gran disco.
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