De entre los grandes violinistas, tanto folclóricos como sinfónicos, ambientales o mas cercanos al jazz, que sorprendieron con enormes trabajos en el panorama de las nuevas músicas de finales del siglo pasado (Ed- Alleyne Johnson, Jerry Goodman, Charlie Bisharat, Steve Kindler, Eddie Jobson, Alasdair Fraser, Nigel Kennedy...), el nombre de Thomas Kagermann es de los más desconocidos para el gran público. Sin embargo algunas de sus obras merecen una mayor atención, especialmente cuando se centró en unos trabajos con cualidades relajantes, cercanas a la new age pero con profundidad y personalidad. No en vano la carrera de este alemán era ya extensa y variada. De formación clásica en Alemania, complementó sus estudios de violín con otros instrumentos como guitarra, bajo o piano, para formar parte en su juventud de grupos de folk de resonancias medievales como Fiedel Michel, o de folk rock como Falckenstein, con los que comenzó a forjarse un nombre en su faceta de violinista. A comienzos de los 80 decidió emprender su carrera en solitario con "Auf der jagd nach der zukunft", en una onda pop vocal bastante suave, publicado por Polydor. Tras otro puñado de álbumes, en los 90 llegó el momento en el que Thomas decide que tiene que proporcionar a su violín "aliento de vida", así que su música dió un importante giro hacia la espiritualidad, en un alarde de melodiosidad donde las voces son otro instrumento más.
En "Delicious fruit", su obra más representativa que Thomas firma -como toda esta nueva etapa de su música- sólo con su apellido, publicada por el sello in-akustik en 1997 (con una curiosa edición cuatro años después en SACD), este veterano instrumentista se mostraba más calmado e inspirado que en el extraño "Violunar" de 1992, y mantenía la talla espiritual de su anterior trabajo, "Eyem" (1994), mientras que el siguiente, "Kyrios" (2001), vendrá asociado con un mayor tratamiento vocal. El disco adquiere desde el comienzo un tono épico, el título principal marca con un furioso violín esa pauta heróica junto al típico recurso del coro y demás instrumentación, a cargo de Cramer Von Clausbruch (teclados), Nippy Noya (percusiones y programación, además de productor del álbum), Klaus Esner (bajo), Katharina Otte (voces) y el propio Kagermann en diversos instrumentos y voces. A ello se une el espíritu viajero imperante en los discos de este inquieto artista, marcando todavía más la inercia aventurera, la odisea del héroe en sus largos viajes, pero en esta especie de epopeya romántica, el héroe no es un guerrero, ni un bardo, sino una fruta deliciosa y colorida, un mango, una granada, tan pasionales como puede serlo el violín de nuestro protagonista: "La forma de tocar el violín en 'Delicious Fruit' es muy 'madura', como la deliciosa fruta del mango cuando no se ha cogido demasiado pronto del árbol del mango para venderla rápidamente. Pero cuando llega el momento, este mango cae del árbol en la hierba y entonces lo abres y lo comes y está 'ahí', como debe ser, en su momento justo. Simplemente delicioso. Cada pequeña cosa en el universo tiene su propio tiempo. Muy a menudo vamos demasiado rápido, debemos aprender a esperar. Como esta deliciosa fruta de pasión del mango". Desarrollos pausados, presa de clichés aventureros y épicos, pero en definitiva efectivos en su vertiente mas melodiosa, pueblan este trabajo, que comienza de manera atmosférica con "Delicious fruit", composición homónima profunda, casi mística (con un tono entre épico y sinfónico), de asombrosa fuerza y vitalidad en su uso de un poderoso violín como si de una guitarra eléctrica se tratara, acercándose a las intenciones, la fuerza y el estilo de otros violinistas destacados en la época, como esencialmente Jerry Goodman. El cálido fulgor del violín aporta a las composiciones de esta primera parte del álbum unas atmósferas refinadas y deliciosas, como en "Gayonnah I", una florida tonada de aspecto oriental, con la que Kagermann intenta acercar su música a otras culturas, en concreto orientales, viaje que continúa en "Gayonnah II", manteniendo su bucolismo pero de manera más danzarina. El violín es actor principal durante todo el álbum y embellece melodías no tan profundas, aunque siempre aceptables como "The legend", una bella pieza con dosis de aventura en su melodía y el coro que la acompaña, mientras que "Agaravinthia" es más espiritual, con canto relajante en un acertado toque exótico, sosiego paradisíaco con voces masculina y femenina. Continuando el viaje, "Agion oros" es otra hermosa melodía al estilo de las "Gayonnah", una plácida e idílica ensoñación con aires melancólicos. "Mother's Aha" es animada y viajera, trotante, casi una animada danza folclórica entre violín y flauta de aspecto celtoide, como "Daskallah", tema en el que domina la flauta, si bien con un toque andino. En contraste, "Grenadine" es como un cuento, composición calmada, muy sencilla, que inaugura un final del trabajo algo más desganado, con títulos como "In the bush" (sonidos y voces selváticos auguran un corte amazónico, de etnicismo difícil de ubicar), "Elevato" (muy relajante, con explosivo clímax final a modo de guitarra eléctrica, pero en la línea del álbum, sin pretensiones de rock sinfónico) o "Hinne ma tov" (un canto tranquilo con aires medievales como despedida). Si Kagermann pretendía compartir con su público una música refrescante, consiguió realizar su empeño de manera pulcra y esmerada, en este oasis de color, sabor y alegría.
La destreza de Kagermann con el violín fue fruto de años de estudio y práctica, la belleza de un álbum como "Delicious fruit" no podía ser fruto de la casualidad. Un halo romántico envuelve además la obra, partitura ambarina de encantadora naturalidad, en la que el violín puede sonar folclórico ("Gayonnah I"), relajante ("Agaravinthia"), jovial ("Mother's Aha"), brioso ("Daskallah"), pasional ("Elevato") o como una guitarra eléctrica cercana al rock sinfónico ("Delicious fruit"); de hecho, el mencionado álbum anterior "Violunar" contaba con pasajes mas ruidosos que en la siguiente etapa de su obra, de carácter mas relajante. Kagermann había colaborado en los 90 con el reconocido arpista suizo Andreas Vollenweider, y ahí hizo amigos que le acompañaron en alguno de sus proyectos, como en "Violunar", donde contó con la ayuda de Thomas Fessler, Walter Keiser, Jon Otis o Büdi Siebert, así como del guitarrista holandés Jan Akkerman. Entre otros grupos y trabajos, también ha publicado discos relajantes con el sitarista Al Gromer Khan, y ha colaborado activamente con el estupendo proyecto instrumental de Broekhuis, Keller & Schönwälder. Esta suite titulada "Delicious fruit", dedicada a las frutas de la pasión y grabada a orillas del lago Maggiore, en Ligurno, al norte de Italia, es sin embargo el trabajo más destacado de este violinista alemán, que declaraba al respecto de este tajante instrumento: "El violín para mí es un instrumento fantástico para componer, porque crecí con él, y adoro tocar, componer y hacer arreglos a mi manera. Me gustan la simplicidad, la belleza y el espacio. He encontrado mi manera de tocar el violín, gracias a Dios la he encontrado y todavía estoy desarrollándola, pero ya no hay ninguna duda sobre eso. Me ha llevado 45 años encontrarla, y ahora está ahí".
1 comentario:
Suelo utilizar frases textuales de los músicos que comento para ilustrar las críticas. En casos como el de Kagermann es difícil encontrar entrevistas, por eso hay que agradecer a amigos como Manuel Lemos y Javier Bedoya que en su momento entrevistaran a tantos artistas del género.
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