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Pesimista, tenebrosa, incluso apocalíptica, así se percibe esta grandiosa música destilada por Brendan Perry y Lisa Gerrard. El primero, anglo-irlandés criado en Australia, aporta la esencia folk derivada hacia la electrónica y una gloriosa poesía romántica. La segunda, nacida en Melbourne, se nutrió de la multiculturalidad desde su infancia por su familia -también emigrantes irlandeses- y entorno, influencias celtas, árabes y mediterráneas que a la larga ha aportado a su música, tanto en Dead Can Dance como en solitario. Las canciones de este disco, publicado en 1987 por 4AD, el sello de rock alternativo que les acogió cuando emigraron a Londres, van más allá de la letra o de la música, parecen conectar con otra realidad, de tal manera que definitivamente, al final es inevitable quedarse atrapado en su sonido, de hecho la capacidad hipnótica de algunas de las piezas hace que su duración se antoje realmente corta. La nueva mentalidad de un grupo que firmó su homónimo álbum de debut tres años atrás provino de una concienciación de cambio estético, a partir de la cual se trabajó casi de manera experimental en base a formas clásicas y folclóricas, así como una instrumentación distinta a la habitual de guitarra, bajo y batería, con la incorporación de cuerdas y metales. "Within the realm of a dying sun" contiene en su escasa duración un desarrollo específico, totalmente buscado por Lisa y Brendan, por el cual nos encontramos con una primera parte dominada por la voz de Brendan Perry, para que Lisa Gerrard tome el relevo en la segunda. En cierto modo parece existir un camino que nos conduce de la oscuridad hacia la luz, con un seguro significado de renacimiento. La parte de Brendan es misteriosa, inquietante, dominada por los teclados, fondos de violines y chelos, y unos fabulosos vientos entre los que destacan, en esa búsqueda de distinta instrumentación, el trombón, la tuba y la trompeta. Aparte del místico corte instrumental, "Windfall", tres son esos soberbios temas cantados por Perry: "Anywhere out of the world", "In the wake of adversity" y la excepcional "Xavier", una de las cumbres del disco. A partir de aquí, y con la entrada de una fanfarria, le llega el turno a la terrenalidad de la voz de Lisa Gerrard marcando el camino venidero de la banda, pues estos cuatro temas restantes se desarrollan entre lo medieval ("Dawn of the iconoclast"), oriental ("Cantara"), religioso ("Summoning of the muse") y étnico ("Persephone"), en un total eclecticismo. "Cantara" es, junto con la mencionada "Xavier", lo mejor del trabajo, una genial base instrumental de cuerda (el salterio, vistoso y de sonoridad medieval) que acaba siendo acomodo de un hipnótico ritmo típicamente oriental, constituyendo una de las grandes canciones del grupo y plato fuerte de sus directos. Varias de las canciones de este disco han sido versionadas o algunos de sus extractos sampleados por grupos de rock gótico, folk o música electrónica.
El aire tétrico que le otorgan los metales, el romanticismo de su primera parte, lo enigmático de sus voces, incluso el panteón de la portada del álbum (de la familia del naturalista François-Vincent Raspail, en el cementerio parisino de Père-Lachaise), van en concordancia con el nombre del grupo, aunque como éste, sólo son instrumentos para encubrir una forma única de asociar música y emociones. Ellos marcaron un camino a seguir, y no son pocos los grupos que los reverencian y que intentan imitar su experimentación y ese camino hacia un mundo interior que curiosamente es también universal. Así son Dead Can Dance, un grupo atrapado en otro tiempo, anclado musicalmente en un pasado entre medieval y tribal, en una polivalencia que roza lo mágico. Si desconocéis su trabajo, es inevitable que tarde o temprano caigáis en su exclusivo mundo, y aunque cualquiera de sus discos es recomendable, tal vez un buen comienzo sería este colosal "Within the realm of a dying sun".